sábado, abril 05, 2008

Quiero vivir en el país de Cristina

¡Qué lindo es el país de Cristina! ¡Cómo me gustaría vivir en el! Es un país “cuasi” perfecto, un paraíso terrenal para zurdos y gorilas, productores y cartoneros, peronistas y radicales, hombres y mujeres.
En el país de Cristina, ese que todos los días aparece en sus discursos, los pobres son más ricos, y los ricos, más pobres.
La redistribución de la riqueza se realiza con sólo nombrarla, mágicamente, y la copa se derrama abundantemente para todas partes, salpicando por doquier con el don de la abundancia.
En el país de Cristina los pequeños productores son incentivados a trabajar la tierra, y a los grandes se les imponen pesadas cargas tributarias para que no monopolicen el negocio. Con ese dinero, además, se subsidian a los más chicos, se construyen caminos y escuelas.
No se venden grandes extensiones de tierra en la Patagonia a inversores extranjeros, ni se promueve la sojización de los campos como el modelo más cómodo para recaudar grandes cantidades de dinero de manera fácil y rápida.
En ese bendito país no viven los Moreno, no se negocia la inflación con una pistola arriba del escritorio, ni se esconden las estadísticas para aparentar una situación que no es. Además, qué sentido tendría hacerlo, si en el país que vive la presidenta no hay inflación.
Los De Vido, D’Elía, Antonini y Micheli no existen. No hay valijas voladoras ni bolsas en los baños ministeriales en ese país.
La libertad de prensa es esencial: no hay presiones a los medios de comunicación, no hay grandes operaciones de prensa paraestatales. La publicidad oficial se reparte equitativamente entre todos. Nadie recibe un peso de más o de menos, y no existen preferencias a la hora de brindar información. Y cuando algo sale mal, en lugar de reprender públicamente a un periodista, se avanza contra las grandes corporaciones, cuestionando el reparto de medios y el otorgamiento irresponsable de licencias y frecuencias.
El país de Cristina es como las mejores películas holiwoodenses, con superhéroes y finales felices.
Ningún chico se muere de hambre, eso pasa en otros lugares, y la pobreza está a punto de ser aniquilada a punta de desarrollo, educación y trabajo.
Los dirigentes y funcionarios tienen una amplia trayectoria política, una militancia recta y sin manchas. No hay caudillos territoriales, ni punteros políticos.
En el país de los discursos de Cristina, los Kirchner nunca fueron gobernadores de una provincia “cuasi” feudal, ni reprimieron la protesta de los trabajadores.
Menos que menos se aliaron a un tirano que gobernó en los 90 para sacar suculentas regalías petroleras, ni enviaron el dinero al exterior de forma dudosa e irregular.
En su país, la presidenta nunca se alió a las “mafias” políticas del Conurbano, ni transó con sus intendentes para obtener más votos. Eso pasó en otra parte y en otra época.
Los derechos humanos son esenciales en este lugar, y su lucha comenzó en 2003. No existió jamás el juicio a las Juntas ni las luchas de miles y miles de personas que durante más de 30 años reclamaron verdad y justicia.
En los 70, la presidenta y su esposo lucharon por sus ideales, y no se enriquecieron en el sur con la especulación inmobiliaria y la usura.
El país de Cristina es así de perfecto, todos los días son soleados, la gente camina sonriente por la calle, y un arco iris surca el cielo mientras los trenes bala cruzan el paisaje verde y amarillento de las praderas y los trigales.
Lo más admirable del país de Cristina es el impresionante grado de democratización alcanzado: un sistema federalista en donde el 80 por ciento de los impuestos provinciales no es absorbido por la Nación para luego ser devuelto a cuentagotas y a cambio de lealtades políticas a los gobernadores.
Cada mandatario provincial tiene libertad de acción, y los intendentes pueden opinar abiertamente de los problemas del país con toda la confianza del mundo, sin temor a ser reprendidos.
Las legislaturas son la cuna de los grandes debates de ideas. Todas las semanas –si, aunque usted no lo crea, en ese país se sesiona todas las semanas, y sus representantes asisten a sus despachos diariamente- se escuchan apasionadas discusiones acerca de cómo hacer aún más feliz a la población.
Por supuesto, la influencia presidencial es nula, como debe ocurrir en un sistema representativo que se precie de tal.
El sistema democrático de ese país da igualdad de oportunidades para todo el mundo: los candidatos a Jefe de Estado son elegidos en elecciones internas y no a dedo en la habitación matrimonial del presidente.
El país de Cristina es perfecto, y me encantaría vivir en él. Sólo me resta saber donde se encuentra, aunque temo que sea un lugar para muy pocas personas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial!!! Muy buena nota.

smith dijo...

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