lunes, noviembre 05, 2007

¡Viva la democracia!

Ojalá esta nota pudiera expresar el tenor optimista que tiene el título. Pero no.
A pesar de que todo acto electoral debe ser celebrado porque representa la posibilidad de expresión colectiva más importante para un país que, como el nuestro, se vio privado en muchas ocasiones de este derecho, lo sucedido el domingo pasado y la semana previa deja poco motivos de festejo. Salvo, claro, para los que sólo deseaban acceder a un cargo político.
Tras una campaña lamentable, dominada por la falta total de ideas y la desaparición de los candidatos del escenario público, no se podía esperar unos comicios brillantes, en los que resaltara la seriedad y probidad de nuestros dirigentes.
La clase política actuó una vez más como una corporación cerrada, alejada de los intereses de los ciudadanos, más ocupada en resolver viejas rencillas y en disputar espacios de poder que en proponer soluciones concretas.
Tampoco se podía confiar en el papel de contralor que debía cumplir la justicia. ¿Qué se podía esperar de una justicia que avaló a cuanto candidato deseó presentarse, sea este colombiano, porteño o ex – represor?
Con este panorama, no debería sorprender para nada el bajo número de participación (ningún candidato hizo mención a esto): sólo el 71,81 por ciento de los empadronados cumplió con su derecho – obligación de voto, según el ministerio del Interior de la Nación.
Esta cifra no es más que un síntoma del hastío que existe entre los ciudadanos, quienes se sienten cada vez más ajenos a los procesos políticos, no sin que les falten razones. Y es, creo yo, una señal de sana rebeldía, un mensaje sutil para quienes quieran escucharlo.
Pero pasadas las elecciones, nada ha cambiado. Es incomprensible que los diferentes ex candidatos sigan discutiendo, pues se supone que a partir de ahora, quienes resultaron elegidos deberán representar a todos, a quienes los votaron y a quienes no. Sin ir más lejos, quien comparó a Elisa Carrió con Videla le está faltando el respeto a todos aquellos que la votaron y está poniendo en duda su capacidad de elección. Y lo mismo sucede con la actitud de la dirigente chaqueña de restarle legitimidad al triunfo de Cristina Kirchner.
En estos discursos excluyentes se nota la incapacidad de nuestros dirigentes de alcanzar una visión global de país, que exceda los intereses partidarios (o sectarios, si se quiere) y logre conformar un gobierno en el que los intereses de todos estén representados.
Si quien se presenta como candidato elige en su campaña representar ciertos intereses por sobre otros, privilegiar ciertos temas y no otros, quien resulte elegido tiene que olvidarse de aquello y gobernar para quienes piden más seguridad, más empleo, más transparencia, más justicia, y aunar todos estos reclamos en un solo proyecto.
Tras estas elecciones pude comprender una frase que un profesor de ciencias políticas había dicho hace unos años: “no se debe confundir a la democracia con el sistema electoral. La primera tiende a la búsqueda de consenso, el arribo a un acuerdo que beneficie a todos; la segunda es simplemente una contienda que se parece más a un partido de fútbol”. Y será así nomás. Si no no hablaríamos de grandes ganadores y grandes perdedores, ni de derrotas o victorias.