viernes, septiembre 21, 2007

Volver a los 70

Que una persona haya sido desaparecida dos veces en su vida en nuestro país no es tan sorprendente como la increíble capacidad de naturalización de estas situaciones que tenemos como sociedad.
¿Qué sentimos al saber que se cumple un año de la desaparición de uno de los principales testigos de la causa contra el genocida Miguel Etchecolatz? Absolutamente nada. O peor aún, hastío por la insistencia de la noticia.
Esta pérdida de la capacidad de asombro es alarmante, tiende a que todo nos dé lo mismo y permite a algunos moverse con absoluta impunidad sin la menor molestia.
Es preocupante que en una democracia que intenta madurar lentamente se tenga tan poco presente en la agenda de los gobernantes y los grandes medios de comunicación un tema tan grave (repito, la desaparición de una persona, entidad utilizada por la dictadura militar para cubrir sus atrocidades).
Y todavía es más desalentador tener la certeza que la mayoría de la opinión pública ya dio por olvidado el caso, ocupada como está en crímenes pasionales de distintos talantes.
Esta apatía generalizada nos lleva de nuevo a los 70, cuando poco importaba que le pasara al vecino, y en donde se transmutaba el papel de víctima por el de culpable (¿recuerdan el “por algo será?)
Volver a los 70 significa reingresar en una rueda de impunidad que, convertida en círculo vicioso, echará por tierra todos los avances que se consiguieron en materia de Derechos Humanos gracias al compromiso de tantas personas; volver a los 70 significa volver a tener a muchos López siendo buscados ineficazmente por las fuerzas de seguridad; volver a los 70, en fin… todos sabemos lo que pasaría.
A un año de la desaparición de Jorge Julio López lo que tenemos que tener en claro es que el silencio y la apatía de la sociedad nos transforman en cómplices de los culpables de este hecho. Y eso no lo podemos pasar por alto.
No podemos pasar por alto que en la policía bonaerense todavía permanecen en sus puestos más de un millar de oficiales que actuaron en la represión ilegal, y que bien podrían todavía tener contactos con los genocidas de la fuerza que hoy están en el banquillo: Etchecolatz, Von Wernich, etc.
No podemos pasar por alto que las investigaciones llevadas a cabo por el gobierno fueron lentas e ineficientes, y se tardó más de dos meses en reconocer que no se trataba de un caso de extravío, sino de una desaparición (palabra que todos querían evitar, por su connotación simbólica).
No podemos pasar por alto que, cercados por la falta de certezas, la policía realizó allanamientos en base al testimonio de adivinas y videntes, a quienes “los espíritus” les indicaban donde se encontraba Julio López.
Tampoco se nos puede escapar el hecho de que durante la investigación se han encontrado en toda la provincia de Buenos Aires al menos diez cadáveres (uno de ellos en el Camino Negro, sitio simbólico para este caso, pues allí se arrojaron muchos cadáveres durante la dictadura) a quien nadie reclamó y cuya identidad se desconoce. ¿Qué pasó con esas personas?
A un año de la desaparición de Jorge Julio López, duele tener que decir nuevamente “recuperemos la memoria”. No perdamos nuestra capacidad de asombro. No volvamos a los 70.