sábado, abril 12, 2008

Lucha Libre

Cuando era chico me fascinaba ese programa, “Lucha Libre”. Sucesor de “Titanes en el ring” y antecesor del actual “100 % lucha”, sus personajes me tenían todas las semanas pendiente de las alternativas del campeonato y del porvenir de los “buenos”.
Amaba al “Ancho” Peuchele y le tenía un odio visceral a “Rasputín”. Una vez vinieron a Chivilcoy, y hasta fui a un almuerzo con los luchadores en la sede de la Sociedad Rural.
Por supuesto, para mí todo eso era real. No tenía dudas de que Rasputín era malísimo y que sobre el ring recibía feroces castigos por parte de los buenos. Creía en cada golpe, en cada acrobacia que realizaban.
Grande fue mi decepción cuando me enteré que se trataba de una actuación, que todo era ficticio y que nunca nadie se trenzó en una pelea verdadera.
Hoy las técnicas del “catch”, disciplina que consiste en fingir una lucha para brindar un espectáculo, en la que cada movimiento de los luchadores está pactado y ensayado con anterioridad al encuentro, se vuelva a repetir, pero el escenario es otro.
En un rincón, con cinco años en el poder y ganas de muchos más, el Gobierno, “víctima” de los embates de la prensa. En el otro, con una permanencia de 50 años en la escena pública, socio de cuanta administración civil o militar hubo, el Grupo Clarín, ahora devenido en tirano multimediático. Y la pelea se inicia.
Clarín escribe críticas hacia el gobierno, que por tan inofensivas complacerían hasta al propio Goebbels. El gobierno se enoja, lo reprende, le exige calidad institucional. Entonces Clarín arremete, habla de “atake” y exige que se respete la libertad de prensa.
Sorprendida, la presidenta muestra un comunicado “académico” –que como universitario me atrevo a decir que es vergonzoso por lo simple y falto de conceptos- que se limita a hacer pequeñas sugerencias moralizantes acerca de la práctica periodística, que por provenir de una institución tan poco democrática como la UBA (recuerden que su rector fue elegido sin contar con el consenso de los estudiantes, una de las “patas” del gobierno universitario) asombra.
En base a ese documento, anuncia la creación de un “Observatorio de Medios” integrado, por supuesto, por los “académicos” que tan desinteresadamente le acercaron el informe. Clarín se enoja más, e insiste en los recortes a la libertad de prensa que ello significaría.
Con tantos golpes, patadas y saltos, uno creería que estos dos actores están realmente peleados. Y podría inclinarse a favor del “gobierno nacional y popular” o de los “paladines” de la libertad de información.
Pero nada de eso ocurre. Como en “Lucha Libre”, existe a espaldas del público una relación subterránea, una pauta establecida entre los contendientes.
Y hay sobradas muestras de esta relación: el grupo ha recibido, durante todo el gobierno kirchnerista, infinidad de obsequios y concesiones a cambio de silencio y complicidad. Por nombrar algunas: otorgamiento de licencias radiales más allá de lo permitido por ley, monopolización del negocio de la televisión por cable a través de la compra de gran parte del paquete accionario de Cablevisión por parte de Multicanal, participación, junto a La Nación y al propio Estado, en la empresa Papel Prensa, la única que distribuye papel para diarios en el país, y una de las pocas papeleras que, tras el conflicto con Uruguay, escapó a los implacables controles de la secretaria de Medio Ambiente, Romina Piccoloti.
En materia informativa, Clarín fue el primer medio en enterarse de que la candidata sería “pingüina”, o que Scioli iba a pelear por la gobernación bonaerense.
A cambio, el multimedios ofreció complicidad, silencios, operaciones de prensa varias, defensas solapadas a funcionarios cuestionados por otros medios de comunicación, etc.
La falta de objetividad que hoy el gobierno cínicamente critica, es producto de sus propias presiones y conveniencias: Clarín no es objetivo porque a los gobiernos que siempre usaron de sus servicios no les convino que lo sea. Clarín es, a pesar de todo, el principal socio informativo de los Kirchner, junto con el -vaya paradoja- fachistoide empresario Daniel Hadad, otrora delfín de Carlos Menem.
La calidad institucional exigida a los medios por parte de la presidenta es una estupidez y una contradicción de su parte.
Cristina Kirchner no puede bregar por la libertad de información cuando ha establecido desde hace tiempo un sistema de “premios y castigos” a través de las publicidades oficiales.
Clarín no se puede quejar de la falta de libertad de prensa, cuando nunca quiso ejercerla, aunque el grupo está pidiendo hoy, más que libertad de prensa, libertad de empresa para continuar con sus negociados.
Si tanto unos como otros son fervientes defensores de la libertad de información, pues que Clarín blanquee cuál su entramado mediático-empresarial, para que el público sepa a qué atenerse cuando consume alguno de sus productos; y que el gobierno sancione una verdadera ley de acceso a la información pública, que le permita a toda la ciudadanía conocer los actos de gobierno de los funcionarios, para saber a ciencia cierta cuánto dinero ganan por sus funciones y en qué se gastan exactamente nuestros impuestos.
Nada de eso, probablemente, suceda, y mañana Cristina volverá a cenar con Ernestina Noble, como después de cada pelea lo hacían Peuchele y Rasputín.