lunes, agosto 31, 2009

Campeones de la semántica

Resulta que ahora los argentinos somos los campeones de la semántica. En las últimas semanas, no hubo discusión mediática que no versara sobre determinadas declaraciones públicas y se condenara su incorrección: nos inundaron con opiniones sobre opiniones, que a la vez eran opinadas en extensos debates de nunca acabar.
Casi como lingüistas expertos, diversos dirigentes hicieron hincapié en la incorrección de las declaraciones de sus rivales, suscitando debates reproducidos exageradamente por los medios de comunicación, a quienes cualquier cosa les sirve para llorar el negocio perdido de la televisación futbolística.
La última de las discusiones se dio esta semana, tras la horrorosa comparación realizada por la Presidenta del “secuestro de los goles” con un genocidio que mató a 30 mil personas. Nadie duda de lo desacertado de la frase, de la frivolidad y soltura con la que Cristina Kirchner se lanzó a hablar de un tema aún pendiente en nuestra sociedad, en el que la deuda del Estado sigue siendo casi tan grande como antes de la anulación de las Leyes de Impunidad de Menem. Pero detenerse sólo a criticar esa frase es hacerle un gran favor al gobierno.
Como ya hemos repasado en otras oportunidades, las grandes discusiones sobre los temas más preocupantes de la actualidad son abordadas desde la forma, y no desde el fondo de la cuestión, mecanismos de distracción que reparan en la espectacularidad del hecho, pero no en el hecho en sí.
En esta columna he citado ya a Jesús Martín Barbero, el comunicólogo colombiano de origen español, quien en su libro “Procesos de Comunicación y Matrices de Cultura” (editado por G. Gili en 1989, para quien quiera consultarlo) señala que en el proceso de construcción de la noticia se produce “la transformación del acontecimiento en ‘suceso’, su vaciado de espesor histórico y su llenado, su carga de espectacularidad”.
Esto significa, palabras más, palabras menos, que para ser noticia un hecho debe ser llenado de espectáculo, construido de tal manera de poder llamar la atención, para que genere polémica, olvidándose en muchos casos de la problemática que lo generó. Es la lógica de los programas de chimento trasladada a la política, con la gravedad de que con esto se logra desviar la atención del tema que realmente importa para quedarse en la anécdota.
Pero volvamos al ejemplo de la comparación estúpida: criticar a la presidenta por la triste analogía del jueves es perder la oportunidad de recordar que el Gobierno que ella preside dejó de preocuparse desde hace bastante tiempo por el avance de los juicios contra los represores de la última dictadura militar. Detenernos en un minucioso análisis de esas declaraciones es quitarle espacio a otras preguntas que podríamos hacer: ¿Por qué el número de condenados, a seis años de derogarse las Leyes de Perdón, no supera la decena? ¿Por qué no hay voluntad política para avanzar hacia un sistema de juicios unificados que permita terminar de juzgar a los represores en un plazo inferior al actual, que según los cálculos de los propios jueces y fiscales, rondaría los 100 años? ¿Qué pasó con la investigación por la desaparición de Julio López, ocurrida hace ya casi 3 años?
Esta misma situación se replica en otros casos, de los cuales ya nos hemos ocupado en otras oportunidades: se critica los métodos de medición del Indec, pero no la inflación que arrastra cada día a miles de familias a la pobreza; se discute si hay un 15 o un 40 por ciento de pobres, pero no se cuestiona cómo es que aún existan en el país, ni se intenta encontrar una salida a este verdadero crimen de lesa humanidad; se critica el autoritarismo del Gobierno, pero no el sistema democrático que lo sustenta, que hará que los gobierno de los próximos 100 años sean iguales; el campo habla de las retenciones que hunden a miles de pequeños productores, pero no se pregunta por qué el reparto de tierras hizo que éstos sean tan “pequeños” en relación a otros; el Gobierno se queja de la “voracidad insaciable” de los productores, mas no así de la de los grandes pooles de siembra o las corporaciones de exportadores...
Sólo se saldrá de este pantano cuando se comiencen a discutir, sin patetismo, los verdaderos problemas. Mientras tanto, seguiremos mirando para otro lado, y tal vez mañana será un lingüista, o tal vez Rial, quien conduzca Telenoche.

martes, abril 28, 2009

Ángel (o cómo una Ley no va a cambiar nada)

Ángel tiene el pelo cortito y una sonrisa enorme. En su rostro se refleja todavía la inocencia de su niñez, aún no se ha filtrado en él la dureza de la calle ni los golpes de su corta vida de ocho años.
A pesar de todo sonríe, y su sonrisa es auténtica. Todavía no fue borrada por la pobreza, por su madre con seis hijos que apenas puede mantener y por la miseria que ve a su alrededor, en Florencio Varela, tierra de uno de los más entusiastas mentores de las candidaturas testimoniales: Julio Pereyra.
La foto que veo ahora de Ángel está pegada en una pared, en un papel con sus datos. Se fugó hace 11 días en Constitución, cuando su mamá lo había ido a buscar a Capital Federal tras otro de sus escapes.
Quienes lo conocen ya le enumeran 7 huidas, pero están preocupados porque nunca se había ido por tanto tiempo, y sospechan lo peor: creen que pudo haber entrado en el paco y que se sumó a una bandita de chicos “de la calle”. En los primeros días, ni la Policía Federal ni la bonaerense, en Varela, le tomaron la denuncia a su madre por “problemas de jurisdicciones”, y no se preocuparon por la suerte de Ángel. Sólo actuaron cuando intervino un centro comunitario de la zona.
A los medios tampoco les interesa la historia, supongo porque no se trata de un chico de clase media que pudo ser víctima de un secuestro, sino de un “drogadicto” que se fue a robar para poder conseguir paco. Y eso no vende.
En el centro comunitario a donde iba “a jugar” –porque los chicos como él también juegan, tienen efectivamente una infancia- dicen que Ángel tiene “la cancha de la calle, pero no se las sabe todas”. Es que él, como sus hermanos y vecinos, debía salir todos los días a vender cosas en los trenes para mantenerse.
Pero ahora Ángel no debería preocuparse más, porque hay un montón de gente trabajando por él en el Congreso, creando una ley que lo va a proteger y seguramente, sacar de la miseria: el Fuero Penal Juvenil, eufemismo utilizado por el kirchnerismo para apoyar la baja en la edad de imputabilidad que hace seis meses atrás rechazaba, y ahora abraza porque sabe muy bien que eso arrastra votos de “gente bien”.
El gobernador bonaerense, Daniel Scioli, sabe muy de eso, ya que basa su éxito en las encuestas en un discurso de derecha que avanza hacia la “mano dura”. Carlos ya olfateó eso y, ni lerdo ni perezoso, pidió que se baje la edad de imputabilidad reprochándole al Congreso no haber tratado un tema que él mismo viene trabando desde hace algunos años.
Pero, ¿de qué sirve en estas circunstancias bajar la edad de imputabilidad? ¿Ayudará a reducir la miseria de todos estos chicos que, como Ángel, viven en la calle? ¿Servirá esta medida si el Estado sigue ausente en los sectores sociales más vulnerables? Parece ser que a la propaganda política que hace Scioli del tema seguridad eso no le importa: basta con mostrarse preocupado y compungido cuando ocurre un crimen, o hablar del “flagelo del paco”.
Se propone bajar la edad de imputabilidad, pero no se piensa en invertir los millones que hacen falta para crear lugares seguros para alojar a esos chicos; se propone encarcelar y enjuiciar a chicos a partir de los 14 años, pero en ningún momento se habló de sacar de la miseria a los miles que hoy nacen en la más absoluta pobreza; dicen que la Ley servirá para “proteger” a los menores, pero la Policía tarda 5 días en tomar la denuncia por un chico perdido; dicen que atacan el flagelo del paco, pero el Estado provincial no dispone de centros de recuperación para chicos de ¡8 años! que ya consumen asiduamente la droga –los centros están preparados para tratar a preadolescentes-.
El cinismo con el que el Gobierno y los medios tratan el problema de la inseguridad es vomitivo, unos aportando soluciones mágicas, otros desviando todas las miradas hacia las consecuencias del problema, y no sobre las causas.
Mientras tanto, Ángel quizás ande caminando por Constitución, “paqueado” y robando para poder conseguir la droga. Quizás en poco tiempo consiga un arma, y en algunos años volvamos a ver su foto, esta vez en algún diario, ya no con la sonrisa y la inocencia de un niño. Tal vez esa foto sea la de Ángel, por ahí la de algún otro chico como él, pero a quién le importa...

martes, abril 21, 2009

Otra de Carlos, y van...

El “despido” de Santiago Montoya de la administración bonaerense no es un mero cambio ministerial o una salida elegante de un funcionario que venia a los tropezones. Este incidente marca, si ya otros no lo habían hecho antes, el maquiavelismo con el que se manejan los hilos del poder en nuestro país.
Más allá de la opinión que cada uno pueda tener de Montoya, hombre polémico si los hay, la forma y las circunstancias en que fue echado del Gobierno bonaerense causan alarma: ningún funcionario puede siquiera esbozar una tímida crítica, o hacer uso de su opinión, porque será irremediablemente expulsado de la función, más allá de su capacidad o inoperancia, sus logros y sus desaciertos. Y menos podrán negarse a la voluntad irrefrenable de Carlos Kirchner –definitivamente ya no es más “Néstor”-, a sus desvaríos y caprichos.
La señal que deja este episodio es clara: un funcionario kirchnerista podrá ser incapaz, acumular decenas de causas judiciales en su contra, y vender hasta su madre, pero nunca podrá tocar al “jefe”.
Las despiadadas críticas de Montoya fueron las siguientes: “siento que en los últimos tiempos desde el oficialismo hemos perdido parte de la capacidad de escuchar a la sociedad, a los líderes opositores, a los distintos sectores sociales y productivos del país”.
Esto bastó para definir su salida del Gobierno, quien en ningún momento recurrió a los eufemismos para explicar el pedido de renuncia de un funcionario que, hasta hace sólo una semana, era la “estrella” del gabinete sciolista. En dialogo con quien esto escribe, el Jefe de Gabinete provincial, Alberto Pérez, ensayó una explicación oficial: “el Gobernador le pidió que recaude y no que opine sobre la marcha del Gobierno Nacional”.
Eso pudo más que siete años de trabajo –mal o bien, eso lo determinarán los números-, que el proyecto de un sistema tributarista sólido que persiga a quienes evaden millones, que los elogiosos conceptos con los que Scioli se refirió a Montoya hasta hace días. Al poder ciego de Kirchner no le importa esto, sólo pide subordinación, el lo ve y controla todo desde su estrado.
Haciendo un breve relato de los hechos que desencadenaron la renuncia de Montoya, podremos ver el funcionamiento de la máquina K en su esplendor. Todo empezó con una “operación de prensa” realizada en el diario Clarín, donde sin haberlo consultado, anunciaron su candidatura a concejal por San Isidro. Esto fue hecho, según fuentes del propio Gobierno, para pedirle una “prueba de fidelidad” al recaudador, como lo harán con cada uno de los funcionarios.
Desde el entorno de Montoya dijeron que él “tiene más de siete años de trabajo sólido como para que lo zamarreen así por los medios”, y negaron cualquier candidatura, hecho suficiente para despertar la ira kirchnerista, quien sin tener en cuenta la supuesta “autonomía” de los gobiernos provinciales, le exigió a Scioli la renuncia del osado que se atrevió a desafiar sus caprichos.
Nótese que la operación de prensa se gestó en el diario al que Carlos declaró la guerra hace ya tiempo, el mismo que por otra parte accede a todas las primicias de los gobiernos nacional y bonaerense en forma exclusiva. Pero esas contradicciones no existen en el mundo K, donde cualquier medio es bueno para lograr sus fines.
La salida de Montoya deja al desnudo el verticalismo practicado por el Frente para la Victoria, que alguna vez pretendió ser una fuerza plural. El autoritarismo del matrimonio presidencial ya no puede ocultarse ni defenderse, y la soberbia y la ceguera en el poder son peligrosísimos.

sábado, abril 11, 2009

La última vergüenza electoral

Lo asumo: soy un boludo.
Pero usted no se ría porque también lo es. Todos lo somos.
Y somos unos reverendos boludos por el simple hecho de permitir que, tras 25 años de vida democrática, la clase política nos esté tomando nuevamente el pelo, bastardeando no sólo las frágiles instituciones que supimos construir, sino la poquísima representatividad que nos otorga este sistema democrático ya de por sí imperfecto.
La magistral (?) jugada del presidente de la Nación en las sombras, Néstor Carlos Kirchner –que ya tiene más de “Carlos” que de “Néstor”- consistirá en presentar para las elecciones legislativas a todos los caciques del Conurbano como una forma de “plebiscitar” la gestión.
Es decir que las “mafias” de las que habló Cristina, que los representantes de la “vieja política” a los que apuntó Florencio Randazzo, que los otrora intendentes duhaldistas –insisto: el kirchnerismo no es otra cosa que un duhaldismo sin Duhalde, no quedan dudas- volverán a ser el mascarón de proa de la estrategia oficial para ganar el favor popular.
Pero esto, además de no ser una estrategia “genial” como algunos señalan, rompe con la esencia de la idea democrática, diluye lo poco que queda de la división de poderes y marca la victoria absoluta de la clase política sobre la ciudadanía.
Finalmente, esta decisión blanquea lo que ya existe desde hace tiempo: la preeminencia de una “corporación” política integrada por especialistas, a la que el ciudadano común nunca podrá acceder. Esto distorsiona terriblemente el espíritu democrático –si es que queda aún algo de eso- y genera una brecha insalvable entre representantes y representados.
La pregunta que habría que hacerse entonces es ¿para qué los elegimos?, y además, ¿ a quién representan?
Por otra parte, la necesidad de poner a los representantes de los poderes ejecutivos en las listas a legisladores muestra el carácter unipersonal que tienen estos cargos y cómo curiosamente avanzan sobre quienes más deberían representar la voluntad popular: concejales, diputados y senadores.
Podría decirse que en un sistema presidencialista esto es lo normal, pero en todo caso sería bueno que se blanquee la situación, se disuelvan los parlamentos y se genere –como ocurrió en innumerables oportunidades en nuestra historia- una “suma del poder público”.
Además, otro dato alarmante es la escasa calidad dirigencial predominante: si los intendentes deben encabezar las listas a concejales; si el Gobernador bonaerense y varios ministros nacionales se ven obligados a ser candidatos a diputados, será porque la clase dirigente no tiene una mejor oferta para mostrar –y a la luz de los candidateados, esto es más que preocupante-.
Pero claro, está el tema del “plebiscito”, es cierto. Con esa idea vale todo, con ese razonamiento podemos perdonar los atropellos políticos, el escupitajo en pleno rostro que nos dan día a día.
La excusa es ridícula: no se puede plebiscitar una gestión ejecutiva en una elección legislativa, hay división de poderes y se debería respetar el espacio de cada uno. Los legisladores no deberían ser usados como rehenes del presidente porque en la Constitución no dice que deben ser los escribanos del poder.
Si verdaderamente los Kirchner quieren plebiscitar su gestión, entonces que llamen a un plebiscito. Y si quieren subir la apuesta, que el mismo sea revocatorio. Hagan cualquiera de esas cosas, pero por favor, dejen de tomarnos por boludos.

EL SÁBADO 18 DE ABRIL VUELVE CONTRAKARA. ESCUCHANOS DE 11 A 13 POR RADIO CHIVILCOY.

jueves, abril 09, 2009

Inseguridades

Lo he dicho hace un tiempo, y no me importaría ser repetitivo: los argentinos no tenemos medidas. Otra vez, como ocurrió con la inflación, los números de la pobreza y el aumento de la desocupación, las estadísticas se ponen delante del hecho que intentan reflejar y lo eclipsan. Esta vez se trata de la seguridad, o más bien, de la inseguridad, “sensación” impulsada por los medios de comunicación, según la política.
El caso es que detrás de esta discusión inútil, que no resuelve absolutamente nada, ni siquiera la “sensación generalizada de la ciudadanía”, el único objetivo que se persigue es, otra vez, ocultar un problema. Problema que no tiene que ver con qué hacer con los delincuentes: si matarlos, enviarlos a Usuahia a picar piedras o excarcelarlos, sino en cómo evitar desde sus orígenes que se siga reproduciendo.
Lo primero que deberíamos tener en cuenta antes de exigir una política de seguridad “revanchista” es que la delincuencia no es un ente externo a nuestra sociedad, algo que nos ataca desde afuera, sino la más monstruosa de nuestras creaciones. Si hoy tenemos este problema, si “no podemos salir a la calle” o “debemos estar encerrado en nuestro country”, se lo debemos al hecho de haber mirado para otro lado durante mucho tiempo.
Por eso, quienes crean que ya superamos social y políticamente la época menemista, están totalmente equivocados: mientras muchos disfrutaban de los beneficios del “uno a uno” y de la plata dulce; mientras Susana se hacía millonaria atendiendo teléfonos, se gestaba en los contornos de la sociedad una generación de personas a las que cada vez les dábamos menos espacio, a las que desplazábamos poco a poco hacia los límites de la dignidad humana. Así crecieron miles de chicos, bajo la mirada de nadie y con un resentimiento entendible hacia esa sociedad que los condenó a muerte prematura en vida.
Pero claro, lo hecho por la “rata”, no fue más que la continuación de un proceso iniciado en los ’70 por el Gobierno más criminal de nuestra historia, en tiempos en que Susana también hacía dinero divirtiéndonos con inocentes colimbas mientras un Estado asesino se cernía sobre todos nosotros.
Por todo esto, para abordar el problema de inseguridad lo primero que tenemos que hacer es una autocrítica acerca de lo que no hicimos para detener esta situación y comenzar a cambiarla, no a través de la represión, sino de la prevención: el aparato policial y judicial sólo corren por detrás al asunto.
Decir que para acabar con la inseguridad hay que garantizar los derechos básicos de todos y eliminar las crueles injusticias que existen en nuestra sociedad, no tiene que ver con adoptar una posición ideológica ni un discurso “progre”, sino que es una necesidad moral. ¿Qué sentido tendría matar a todas las personas que cometan un delito si seguimos generando pobreza y exclusión? Lo único que lograríamos es generar más rencores y revanchismo.
Sino nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad como sociedad de la parte que nos toca en este problema, lo más probable es que sólo apilemos unos cuantos cuerpos de ladrones, pero no resolvamos el asunto.
Los “menores” que hoy protagonizan los más asonantes casos de inseguridad, son hijos de las privatizaciones, del desguace del Estado, de la desregulación laboral; producto del hambre contenida de generaciones y generaciones de desocupados, de una cultura de la supervivencia, de una crianza a los márgenes de los barrios privados, de la opulencia y el derroche.
Ese es el principal crimen, el primero que tenemos que resolver, y el más urgente. Si no lo hacemos, todos somos asesinos.

martes, agosto 05, 2008

“La cara como bigornia”

El miércoles, cerca del cierre de la edición del diario donde trabajo en La Plata, uno de mis compañeros de redacción se levantó y se fue al patio, puteando.
Es que, platense él, había escuchado al ex intendente Julio Alak, quien gobernó su ciudad por 16 años y ahora se hará cargo de la gerencia de Aerolíneas Argentinas, criticar el “feroz proceso de privatización operado en los 90”.
Yo hubiera hecho lo mismo, pero eran más de las 10 de la noche y quedaba mucho por hacer.
Escuchar a Alak, menemista furioso durante toda su carrera política, decir tan sueltamente que en los 90 “otros” habían privatizado mal los activos del estado es, perdonen la expresión, vomitivo.
Y vuelve a demostrarnos el poco problema que tiene la clase política de sacarse de encima su pasado sin el más mínimo problema. O, en palabras de mi colega: “tienen la cara como bigornia”.
Alak, intendente desde 1991 hasta 2007, apoyó firme y fielmente al ex presidente Carlos Menem, el padre de la criatura privatizadora. Incluso en 2003, cuando ya muchos (o casi todos) se habían despegado del riojano, coqueteó hasta el último momento para formar parte de su séquito, en lo que pensó, era el retorno del “noventismo” en el país.
Pero el miércoles, frente a las cámaras al “turco”, -como se lo conoce en el ámbito político- se olvidó de todo esto y pretendió que todo el mundo lo hiciera, apoyado en la impunidad mediática que tienen gran parte de los dirigentes de este país, que insultan a la ciudadanía en cada una de sus intervenciones cuando quieren mirar hacia atrás y borrarse de la foto del menemismo.
Pero el punto de la cuestión es que el ex intendente, quien en toda su gestión –repito, 16 años- no pudo organizar el transporte público platense de manera que alguien lograra llegar a su casa en menos de una hora, maneja los destinos de la línea de bandera del país. Empresa cuya privatización apoyó fervorosamente, al igual que ahora lo hace con la reestatización.
Intentar despegarse de las figuras más lamentables de nuestro país es una constante en la dirigencia política actual, que nunca pensó en pedir perdón o realizar una autocrítica, sino sólo en dar vuelta la página y seguir camino como si nada.
Y esta actitud ha sido avalada en cada una de las elecciones por la mayoría de la población –autocrítica aparte-, ya que acompañamos un proceso de “modernización política” integrado por todos los dinosaurios del Conurbano y cuanto menemista y duhaldista quiso sumarse.
La memoria a corto plazo de la clase política, que en realidad no se trata de otra cosa que de una omisión maliciosa de un pasado que los condena, es cada vez mayor: llega al punto de que en la semana, el diputado y piquetero oficialista, Edgardo Depetri, habló, para castigar al gobernador de Córdoba, de cómo “le robaron la elección a Luis Juez”. (???????).
¿No ha sido, acaso, el propio oficialismo, quien apoyó a Schiaretti en las últimas elecciones cordobesas, en perjuicio de la línea de Juez?
Ya hemos dicho en este espacio que era imposible poder hablar con un dirigente sin evitar pensar que sus actuales argumentos a favor de un Gobierno y un modelo fueron usados en otra época para defender aquello que hoy critican.
Pero gracias a la magia de los publicistas y maquilladores, durante las campañas electorales podemos olvidarnos de esto, y acompañar procesos “progresistas” liderados por los reaccionarios de ayer. Por eso, para el 2011, aporto una sugererncia: si se presenta, acompañemos todos a Menem. Si total…

sábado, julio 19, 2008

De cal y arena

El desenlace del conflicto campo-Gobierno en el Congreso dejó mucha tela para cortar y, más allá del resultado, muchos aspectos positivos para destacar.
Digo que hay muchos aspectos positivos porque más allá de las cuestiones técnicas atenientes a la resolución, y sin estar a favor de un reclamo rural que en su raíz es positivo pero que últimamente ha abroquelado a su alrededor a lo peor de la política y el gremialismo (aclaro esto, obviamente, sin desconocer que en frente tampoco está “lo mejor”), el debate en torno a las retenciones ha reavivado los mecanismos institucionales como hace años no ocurría.
En primer lugar, que el parlamento haya sesionado casi en su totalidad (de hecho en Senadores sí lo hizo) y que el tema se haya discutido por espacio de un mes en ambas cámaras, en debates de comisión en los que se escuchó a todo quien tuviera algo para decir sobre el mismo, genera algunas esperanzas sobre la reactivación de un sistema que, aunque imperfecto, es el que debemos respetar.
Lo que dejó este primer capítulo de las retenciones en el Congreso, por sobre todas las cosas, es la recuperación de este espacio como el único lugar en donde deben discutirse y aprobarse la mayoría de las políticas públicas que lleva adelante un Gobierno, recuperando el viejo principio político de que éste funciona en base a ejecutar las órdenes de aquél.
Hay quienes plantean que un revés de este tipo es perjudicial, porque “Argentina necesita un gobierno fuerte”. Este pensamiento proviene de una tradición común en América Latina, de la que se desprende que los ejecutivos deben ser “monárquicos en el fondo y republicanos en la forma”, tal la frase de Bolívar tomada por Juan Baustista Alberdi en “Las Bases”, donde reclama “reyes con el nombre de presidentes”.
En realidad, que un gobierno se someta a las decisiones del Poder Legislativo, más allá que estas vayan contra sus deseos, es anormal sólo en países con una fuerte tradición autoritaria. Esta práctica debería ser la regla y no la excepción, toda vez que en las Cámaras se representa (siguiendo la idealidad de la teoría política, aunque dudo que en la forma sea así) a la totalidad del pueblo y las decisiones emanadas serían nada más y nada menos que la “voluntad general”.
Quizás esto mismo deba ser explicado a las entidades del campo, quienes con poquísima voluntad democrática habían planteado que una decisión del Congreso contra sus deseos hubiera sido “ilegal” y que tomarían medidas al respecto. Finalmente, el resultado del jueves los deja en ridículo, pues los encontró celebrando una decisión de ese cuerpo al que querían “combatir”, y pone en evidencia que sólo consideran legítimas las leyes que concuerden con sus intereses, y nada más.
En fin, creo que una imagen ilustra esta repentina vuelta a la normalidad institucional, que espero sea duradera: los funcionarios del Gobierno nacional esperando en una carpa, fuera del Congreso, la decisión de los senadores, sometiéndose a la decisión de los “representantes del pueblo”, despojados en ese momento de todo poder para decidir sobre las leyes.
Y en este sentido cabe destacar la actitud del Ejecutivo que, si bien demoró más de cien días, envío un proyecto al parlamento sin tener del todo asegurado su porvenir.
Por otra parte, esta discusión deja abierta la posibilidad -junto a la ruptura de la hegemonía y el control total del oficialismo sobre ambas cámaras- a nuevos debates sobre temas pendientes en nuestra sociedad.
Insisto en que la ruptura de un bloque oficialista con quórum propio es muy auspicioso para la democracia, puesto que, en cinco años de gobierno K, ¿en qué momento una decisión se discutió concienzudamente en las Cámaras?
Por otro lado, el conflicto agropecuario reavivó uno de los debates más interesantes y enriquecedores que puede haber: el de la sociedad. Aunque con divisiones, todos los argentinos volvimos a discutir sobre “política”, y nos interesamos en cada uno de los actos de gobierno.
Y el sumun de este clima se dio el jueves a la madrugada, cuando muchos no se desprendieron del televisor hasta conocer la decisión final de Julio Cobos. ¡Qué bueno que miles de argentinos hayamos estado prendidos al televisor, pendientes de un debate legislativo y a la espera de un resultado, como cuando años anteriores esperábamos saber quién dejaba la casa de Gran Hermano!!!
Por último quiero rescatar un momento de toda esta semana. A las 4 de la mañana, en el Senado hubo un hombre que tuvo en sus manos una de las decisiones más importantes de los últimos años.
Visiblemente nervioso, con la voz entrecortada y un clima de extrema tensión en el ambiente, el vicepresidente expuso las razones de su voto, el que definió todo.
Sin entrar en polémicas acerca de la corrección o no de su voto, Julio Cobos aportó esa noche un poco de humanidad en medio de tanta mierda política (como Chiche, Menem, Rodríguez Saá y Saadi, por sólo nombrar algunos).

A modo de posdata: A 22 meses, no nos olvidamos de Julio López.

viernes, julio 18, 2008

Una buena opinión

La voz de la socióloga Alcira Argumedo y el cineasta Pino Solanas, aportando una visión crítica al conflicto. Muy interesante.

La noche del Senado

Por Alcira Argumedo y Pino Solanas *

La decisión del Senado, rechazando la media sanción de la ley que respaldaba la Resolución 125 impulsada por el Poder Ejecutivo, es una derrota política y un llamado de atención hacia las formas de conducción gubernamental del kirchnerismo. El proyecto del Gobierno no cayó solamente por el voto del vicepresidente Cobos o gracias a una confabulación reaccionaria. También aportaron la tozudez del Gobierno, que se negó a consensuar determinadas reformas al proyecto con otros sectores que buscaban segmentar las retenciones y dar prioridad a la investigación de la grosera defraudación realizada contra el Estado por las grandes exportadoras de granos y oleaginosas. A partir de noviembre del 2007 y hasta fines de mayo del 2008, debido a la negligencia o complicidad de las autoridades las retenciones sirvieron para estafar al Estado en 1169 millones de dólares, que las exportadoras cobraron a los productores y no fueron liquidados al fisco. En esta dirección apuntaba el proyecto presentado por Proyecto Sur a través de Claudio Lozano junto a otros diputados, que buscaron hasta último momento consensuar un proyecto único con el oficialismo, profundizando las retenciones móviles y segmentadas. Pero fue inútil.

La soberbia y la obcecada actitud gubernamental llevó al país a atravesar más de 100 días de conflicto, antes de tomar la decisión de hacer participar al Congreso. La experiencia vivida en Diputados no sirvió como advertencia: en el Senado, el Gobierno volvió a encerrarse en una lógica sectaria, entrando en un peligroso juego de espejos que el año pasado lo había llevado a otra histórica derrota en Misiones. Lejos de demostrar vocaciones democráticas, el kirchnerismo se ha negado a debatir con la sociedad los grandes temas pendientes; y tampoco lo ha hecho en el Parlamento. Su dinámica de toma de decisiones a partir de un núcleo reducido y cerrado, que evita las reuniones de gabinete y cuyas resoluciones son impuestas a partir de una obediencia debida que cercena cualquier posibilidad de crítica, necesariamente conlleva la posibilidad de cometer serios errores, como ha sido el caso del enfrentamiento con “el campo”. Un rasgo complementario de ese tipo de gobernabilidad es el de clausurar la posibilidad del consenso, al establecer espurias polarizaciones –dentro de una lógica de confrontación amigos-enemigos– tendientes a exacerbar el conflicto y crispar los ánimos sociales. No sólo fueron manipuladoras y maniqueas las campañas de los grandes medios y el poder rural, sino también las del Gobierno. La política de Kirchner ha utilizado el chantaje, invocando los fantasmas más temidos del pueblo argentino para convocar a la defensa de la democracia, a pesar de haber hecho votar la ley antiterrorista. Lo más sorprendente fue su capacidad para tentar con ese tipo de convocatoria a muchos compañeros y ciudadanos progresistas, de fuerzas sociales y políticas que no debieron prestarse a este juego del pejotismo. Quienes no estaban dispuestos a ser arrastrados a una convocatoria del nuevo presidente del PJ –uno de los partidos responsables del desguace y endeudamiento de la Nación mostrando en el palco a los Scioli, los Gioja, los gordos sindicales, los intendentes corruptos del conurbano y más cómplices del saqueo nacional– fueron considerados golpistas, antidemocráticos, integrantes de una “nueva derecha” antipopular; con los cuales es imposible llegar a cualquier consenso. Y aquellos que desde las propias fuerzas del Gobierno busquen ese consenso, serán tildados de traidores. La consigna es contundente: o están con nosotros defendiendo la democracia o están con los golpistas.

Formas de gobernabilidad más similares a monarquías absolutas –un síndrome característico de varias provincias chicas de nuestro país– que a dinámicas democráticas. Cuando durante largos años se ha gobernado controlando el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo –impidiendo que fuera el ámbito de los grandes debates nacionales– el Poder Judicial, los medios locales de comunicación, las fuerzas de seguridad y las posibilidades de dar empleos o subsidios, pueden cometerse “errores de escala”. Porque una cosa es gobernar de este modo a una provincia poblada por unos 200 mil habitantes; y otra es pretender hacerlo en un país de cuarenta millones, mucho más heterogéneo y complejo. Estas distorsiones llevaron a aplicar mal una medida correcta, como son las retenciones móviles, desconociendo que debían ser segmentadas e ignorando, además, que en ese negocio participan otros grupos de poder como las grandes exportadoras y los pools de siembra, cuyas ganancias extraordinarias no son afectadas impositivamente, en tanto a través de fideicomisos no tributan ganancias.

Este llamado de atención es pertinente, en tanto el enfrentamiento contra “el campo” durante más de cuatro meses ha dejado postergados otros problemas no menos graves y fundamentales, que requieren un debate profundo si se pretende consolidar un nuevo modelo de país con redistribución de la riqueza. Nos referimos a las políticas contra la inflación, a la creciente deuda externa que se acerca a los 200.000 millones de dólares; a la crisis energética y el abandono de una política de recuperación de los recursos hidrocarburíferos; al tema del colapso del sistema de transportes y en particular los ferrocarriles; al perfil impositivo y las ventajas del sector financiero, que goza aún de la Ley Martínez de Hoz; a las excepciones impositivas de las corporaciones mineras que no tienen obligación de ingresar las divisas de exportación; a la promoción de empresas sociales y nuevos tipos de empresas públicas nacionales con control de los usuarios y consumidores; a la recuperación de Aerolíneas Argentinas, el mercado de cabotaje nacional y las flotas marítima y fluvial; a la nueva ley de medios de comunicación y la democratización de los espacios audiovisuales cuyas licencias son del pueblo; al tema de las estadísticas del Indec; a los modos de integración autónoma continental con la creación de empresas públicas latinoamericanas en distintas áreas estratégicas. En función de estos objetivos, es necesario promover un profundo debate que eluda las falsas polarizaciones y sea capaz de encontrar los caminos para el diseño de un proyecto de país más justo y en condiciones de dar respuesta a los desafíos de una nueva época histórica.

* Proyecto Sur.

miércoles, julio 16, 2008

Para distender

Esta es una excelente crónica de Martín Caparrós sobre la concentración del campo, publicada hoy en el diario Crítica de la Argentina.

Hay pañuelo, chori, boina y rayban
En Palermo, ayer a la tarde, la puta oligarquía estaba bastante rara. Pienso que no me tengo que dejar llevar por prejuicios.

Primero pienso que no recuerdo haber visto nunca tanto mocasín, tanto pulóver sobre los hombros en una manifestación. Después pienso que no me tengo que dejar llevar por los prejuicios. Después pienso que en Congreso me encontraría más amigos. Después, que eso no es un parámetro político. (Pero es cierto que me encantaría estar en Congreso creyendo que pongo el pecho para detener a la puta oligarquía que llama al golpe para acabar con el proceso de cambio que está viviendo la Argentina. Si sólo pudiera creerlo, sería casi feliz.) Acá, en Palermo, esta tarde, la puta oligarquía está bastante rara. Son las tres de la tarde, raya el sol: columnas sindicales pasan tocando bombo entre camperos. Hay banderas de la Sociedad Rural azul y blancas, bandadas de cinturones cuero crudo, sindicatos con Perón y Evita, un núcleo fuerte de banderas rojas, bombachos nuevos bien cardón cosas nuestras, pobres con bolsas y bebitos mocosos, barriles y barriles de tintura rubia, rayban de free shop, rayban falsos del Once, pañuelitos al cuello, esas caras que sólo generaciones de dinero saben construir.–¡Ya somos más de trescientos mil! Quien quiera oír que oiga, quien quiera ver que vea… Grita el locutor, y no sé si sabe o no sabe que está citando a Eva Duarte –si quiere apropiársela, o si ella se apropió de él. En todo caso, ya a esta hora, la cantidad de personas es impresionante. Hay dos o tres cuadras de Libertador llenas de gente muy pegada, compacta, amontonada: parece mucha gente. Después, otras seis o siete cuadras de gente más relax, en grupitos que charlan.–Ay Nacho qué gusto verte acá. –Pero cómo iba a faltar, Mercedes. –Sí, ¿no? Éste es nuestro lugar. En una tarima, a un costado de Libertador, una banda de doce vientos y tambores con overoles, cascos blancos, pieles oscuras y una vaca de plástico, toca Matador. –¿De dónde sos? Le pregunto a un trompeta. –Yo, de Corrientes. –¿Y todos se vinieron desde ahí? –No, yo soy de ahí, pero vivo acá. Le explico que yo quería preguntarle de qué grupo o sindicato era. –Ah, no sé, a nosotros nos contrataron para tocar acá. Al fondo de la tarima hay una bandera argentina y peronista que dice Sindicato Carne GBA. –¿Y cuánto les pagaron? –No, ni idea. Me dice, y llega un señor del sindicato que me dice que no, que no les pagaron ni un peso, que vinieron gratis. Yo le digo que claro, muchas gracias. –Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo donde está? Cantan señoras y señores levemente enfervorizados, y desde los balcones de los pisos de Libertador saludan y tiran papelitos. –Si éste no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está? Insisten, gritan. Es curioso que una pregunta lleve tanto tiempo planteada sin que nadie consiga contestarla.El sol sigue, sigue llegando gente, la masa se compacta. El olor a chori, que debe ser uno de los tres o cuatro olores de la Patria, se enrosca y enriquece. Por suerte esto está lleno de personas que me dicen cómo tengo que hacer mi trabajo: anotá, contá todo esto, decí la verdad, che, a ver si por una vez no mienten, contá bien uno por uno vas a ver que somos un montón, por qué no entrevistás a aquél, ese señor de anteojos. –Yo soy del campo, claro que soy del campo. –¿Cuánto campo tiene? –No importa, tengo unos cientos de hectáreas en Pehuajó. Pero te digo que cuando se me inundaron nadie me ayudó. ¿El Estado dónde estaba entonces? El señor boina verde mayor y muy sereno sentado en un banquito me dice que su campo no se lo robó a nadie, que lo heredó, que es radical como su padre y que no va a permitir que estos hijos de mil putas le afanen a mano armada lo que se gana trabajando. –A mí nadie me da nada, así que lo que yo gano me corresponde, ¿no? Es una frase casi stándard: me la repetirán diez, quince, quichicientas veces. –Ya se van a enterar de que la dignidad del campo argentino no se compra ni se vende. Grita el locutor. –Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura de los K. Grita un grupito de jóvenes a mi alrededor: llevan corbatas. Estos deben ser los del golpe. Les pregunto, me dicen que son de la Juventud Radical, y siguen con eso de la dictadura. Pero la media de edad es importante: creo que nunca vi una manifestación con tantos viejos. –¿Sabés lo que trabajamos nosotros para que ustedes tengan estos parques, estas avenidas? Me dice un grandote tipo chacarero con un pañuelo medio gastado al cuello y panza bien provista.–Yo soy de Córdoba, para nosotros venirnos hasta acá es un problema, no sabés lo que nos cuesta dejar aquello, meternos en estas calles, todo este quilombo. –¿Seguro que no les gusta un poco? –¿Qué nos puede gustar? –Bueno, esto de entrar en la ciudad, imponer su presencia.El hombre está al borde de sonreír pero sabe contenerse a tiempo: son tantos años de gauchesca. –¿Te parece? Chicos y chicas de izquierda ofrecen periódicos de izquierda a señoras muy puestas que se dan esos besitos cuidadosos, historia de no arruinarse el maquillaje. Las señoras los miran y alguna incluso les contesta no gracias. Todo el tiempo se oye mucho perdón disculpe permiso gracias por favor. Ser amables también marca diferencias de clase. –¿Y no les da cosita? –Sí, qué sé yo, digamos que es una experiencia antropológica interesante. Dice, y se ríe nerviosa.La pecosa tiene veintipico y llegó de Córdoba esta mañana con sus compañeros del Partido Socialista de los Trabajadores. Dice que sí, que por momentos le resulta raro estar acá pero que lo discutieron mucho y decidieron que tenían que venir, que están a favor de las retenciones pero no le creen una palabra al gobierno cuando dice que las van a usar para redistribuir, y que vale la pena apoyar a los pequeños productores. –La izquierda se está quedando afuera, como siempre, y al quedarse afuera le hace el juego al gobierno. Nosotros creemos que hay que estar, creemos que también hay que pelear por la clase media. Nuestra clase media es inconstante, a veces se bandea a la derecha, a veces a la izquierda, y es importante tratar de traerla para nuestro lado. Dice, y de algún modo –el tono, la sonrisa– se sigue disculpando. Hay boinas pampa y gorritos de béisbol: alguna vez se van a transformar en símbolos de algo. La boina hiperlocal, folclórica, que los muchachos más o menos ricos usan para mostrar su apego a viejas tradiciones de la tieya; el gorrito hiperglobal, contemporáneo, que los muchachos más o menos pobres usan para formar parte de algún mundo. –Como dice Buzzi: a unos nos sacan y a otros no les dan. Eso es lo que hace el gobierno con la guita. Mirá a estos pobres tipos acá, les siguen dando 150 pesos por mes, como hace cinco años. Es una inmoralidad, hermano, una vergüenza. Me dice un cincuentón Federación Agraria de Reconquista, Santa Fe, parado al lado de un grupo piquetero. Después me da la mano y me deja mormoso. Es feo que te puteen los que te gustan; peor es que te feliciten los que no:–Vamos, che, tienen que seguir pegando, no me aflojen. Pero una rubia mucha papa en la boca, naricita respingo, sombrero, escarapela, me mira atravesado: –¿Y éste qué hace acá? Dice, con siglos de desprecio, y me llena el corazón de gozo. Así está todo, tan confuso. –¡Hemos juntado quinientas mil personas! Grita el locutor y todos gritan y aplauden como si le creyeran. –Argentina, Argentina. Gritan miles: supongo que seguimos ganando. Dos golden retrievers con pañuelos patrios dan saltitos. Más allá, un cartel en la punta de un palo: “Somos la tierra y su paisaje. Somos imborrables”. Debe ser bonito tener tanta certeza. ¿Tienen tanta? –Yo los voté, los apoyaba, pero así como los voté ahora los desvoto. Me dice una señora de cincuenta clase media porteña modelo Caballito, y me dice que no tiene nada que ver con el campo pero vino para pararle los pies a los del gobierno, que qué carajo se han creído.–Yo no discuto las retenciones. Discuto que las hayan hecho así de mal, que sea gente que no sabe lo que hace, que no son estadistas, que las van de compadritos. –Dale, escribí que estamos hartos de que nos saquen lo que es nuestro. Lo que es nuestro, entendés. Escribilo, dale, a ver si te animás. Están por empezar los discursos, y el locutor habla de Nuestra Señora de Luján, patrona de la Patria: –¡Un gran aplauso para la Virgen! Pide el locutor, pero el aplauso es mucho más quedo que el de hace unos minutos, cuando anunció que habían llegado Buzzi y De Angeli. Y entonces el locutor pide al Padre Todopoderoso Misericordioso que en su inmensa bondad nos ha dado esta tierra y estas riquezas que proteja a nuestra Patria e ilumine a los legisladores, y empieza una oración que dice Jesucristo Señor de la Historia. Casi nadie, en mis alrededores, la repite. Me sorprendo, casi me ilusiono. Pero después dice Dios te salve María llena eres y muchos lo corean. El ateísmo nos duró poquito. Detrás de la señora del Monumento se va poniendo el sol. Miles y miles gritan Alfredo, Alfredo. –En qué lío me metí. Dice, desde el palco, voz de trinchera campechana, Alfredo De Angeli, y los miles y miles se le ríen. –¿Qué quieren que les diga? Dice, y empiezan los discursos.

sábado, julio 12, 2008

Los palos siguen siendo para los pobres

Los hechos ocurridos el lunes pasado en Plaza de Mayo demostraron algo que ya se sabía: a pesar de todo lo que se pudo haber dicho del conflicto con el campo, de la pseudo represión “sufrida” por el mediático De Angeli –como si las personas que aparecen en TV no puedan ser encarcelados-, de la democrática desición del Gobierno de no impedir la instalación de carpas de ningún color en la Plaza de los Dos Congresos, frente a las actitudes fascistas de Macri, los pobres fueron nuevamente víctima de la represión estatal cuando intentaban instalar unas carpas frente a la Casa Rosada.
Y cuando digo REPRESIÓN ESTATAL no me refiero a invitar a un manifestante a retirarse de la ruta en tres ocasiones, o a retenerlo por dos horas en una comisaría para luego hacerlo volver al mismo lugar. Hablo de represión en serio: palos, gases, balas de goma y todo el souvenir policial que a usted se le ocurra.
Un grupo de militantes que deseaban manifestar su desacuerdo con los dos sectores de poder en pugna en el conflicto agrario, plantando sus carpas en Plaza de Mayo fue reprimido para impedir que cumpliera su objetivo. Si bien es repudiable la actitud de los manifestantes –tenían bombas molotov- tampoco es justo que un Estado que debe cuidar los intereses de todos sólo guarde los palos para aquellos que menos tienen. O bien, para quienes no tienen “publicidad mediática” para resguardar su integridad física.
Pero tampoco quiero dejar pasar de largo el hecho de las carpas. El campamento de los pobres estaba conformado por humildes carpas de lona, desgastadas por el tiempo.
En cambio, las carpas del Congreso, sin discriminar el color de las mismas, eran de un lujo obsceno: pisos flotantes, calefacción, “oficinas” privadas, ricas comidas, etc. Demasiado pretensioso para dos grupos que dicen, de una u otra forma, representar los intereses de los pobres. Y demasiado insultante para los piqueteros no oficiales ni chacareros que se iban a bancar el frío a Plaza de Mayo. O a los trabajadores de la textil Maffissa, quienes desde hace más de tres meses acampan frente a la gobernación bonaerense sin que Scioli se dé por enterado de su reclamo. O también para los ex combatientes de Malvinas, que se plantaron más de 200 días en la misma Plaza San Martín de La Plata en reclamo de sus pensiones, pero se fueron luego de que Felipe Solá volviera a hacerse el boludo.
Para ellos, palos. Para los otros, todo tipo de tolerancias, deferencias y “por favor”.
Es una vergüenza que todavía se den este tipo de atropellos a los derechos individuales, sobre todo en aquellos sectores de la población que menos posibilidades tienen de defenderse.
Esto demuestra que, a pesar de los encendidos discursos de uno u otro lado, los pobres verdaderamente no están en la agenda social, aunque lo siguen estando en la policial. Y nos da un llamado de alerta a dejarnos de joder con el campo y empezar a prestarle más atención a los sectores más postergados. Pero no desde un discurso en el Salón Blanco de la Casa Rosada.
Por otra parte, también es interesante mirar el papel de los medios de comunicación: de la “represión” sufrida por Alfredo De Angeli, pasaron a los “enfrentamientos” entre policías y piqueteros.
Este trastocamiento de los términos hace aún más obscena la diferencia entre uno u otro sector, y reafirma la teoría de que, sin propaganda mediática, nadie está a salvo de los palos. Está claro que en nuestra sociedad frívola es mucho más conmovedor ver a De Angeli siendo llevado con extrema delicadeza a un camión de Gendarmería, que a una mujer siendo salvajemente golpeada por un policía federal.
En fin, como siempre, los palos son para los pobres y las vaquitas, son ajenas.

miércoles, julio 09, 2008

Luis Bonaparte, Napoleón, Marx, Cristina y Menem

La semana pasada, la presidenta Kirchner mencionó insistentemente una de las frases más conocidas de Carlos Marx, escrita en su libro “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”.
Al iniciar el libro, Marx dice, citando a Hegel, que los grandes hechos de la historia universal aparecen dos veces, “una vez como tragedia, y la otra como farsa”.
La versión K de esta frase, señala que “como dijo un señor (suponemos que ese señor es Marx), la historia se repite primero como tragedia y después, como comedia”.
No creo que Cristina desconozca la obra de Marx. Es más, la debe conocer mejor que muchos de nosotros. Por el contrario, me parece que esa manipulación de la frase del filósofo alemán, usada en principio para descalificar al campo utilizando la idea de que podía volver a repetirse la historia del ’76, pero esta vez no ya en forma de uniformes y tanques, sino con boinas y tractores, fue deformada a propósito, ya que la cita original no le conviene para nada.
En principio, si la presidenta realmente adhiere a la teoría de la evolución histórica de ese “señor”, sabrá que no hay posibilidades de quebrarla con una simple resolución ministerial, sino con un proceso revolucionario al que, a la larga según Marx, se llegará.
En segundo lugar, si Cristina Kirchner piensa en un golpe militar como una “comedia” o “caricatura” de la anterior, se equivoca: de 1930 a 1976 los golpes de Estado fueron más crueles y sangrientos, y no creo que ella lo desconozca.
Ahora bien, ¿a qué puede deberse, entonces, el equívoco de la presidenta? O más bien, ¿por qué deformó la cita y no mencionó quién la había manifestado? Quizás porque efectivamente la historia tiende a repetirse; y quizás porque ya estemos viviendo la farsa.
La frase de Cristina parece haber sido pronunciada por un dirigente opositor, justo en momentos en que el debate acerca de la pretendida revisión del “neoliberalismo” fuera puesto en el tapete por el Gobierno nacional.
¿De qué historia hablará la presidenta y por qué se refiere a su repetición como una comedia y no una farsa?
Hagamos una interpretación libre de este equívoco, y utilicemos, ya que fuimos invitados por la presidenta, la frase original de Marx.
El menemismo no fue un gobierno despótico del que sólo participaron Carlos Menem y sus ministros o funcionarios más cercanos: durante 10 años representó la línea dominante del peronismo. Es más, sin temor a errarle, fue casi todo el peronismo.
Durante los ‘90 no existió dirigente alguno (salvo honrosas excepciones, que casualmente hoy no están en el poder) que no haya apoyado o participado en alguna de las instancias del modelo neoliberal propuesto por Menem y los diplomados en la Universidad de Chicago.
Hoy, esos mismos dirigentes, en sus actuales funciones (presidenta, ministros nacionales, gobernadores, intendentes, concejales y piqueteros oficialistas de choque) se rasgan las vestiduras criticando ese mismo modelo del que vivieron y defendieron con la misma fuerza y vehemencia que hoy defienden al kirchnerismo.
Y la “farsa” kirchnerista consiste en eso: en mostrarse como una alternativa, un modelo diferente, criticando la corrupción del menemismo, los procesos de privatización y la banalización de la política, cuando ellos mismos participaron de esos procesos, y hoy los vuelven a repetir mediante mecanismos más sutiles.
En otras palabras, el kirchnerismo es el menemismo del año 2000 o, si se quiere, el duhaldismo sin Duhalde. ¿Alguien puede enumerarme a cinco intendentes del conurbano que estén en funciones que no hayan sido “duhaldistas” y no hayan participado en el hoy condenado por ellos mismos “fondo del Conurbano”? Sólo para dar un ejemplo.
Por eso, cuando escucho a cualquier funcionario defender el carácter “progresista” de este Gobierno, me es inevitable pensar que con esos mismos argumentos defendió, en otros ámbitos, el proceso de privatización de los 90, la exclusión que generó el plan Cavallo, o las ahora “prácticas mafiosas” duhaldistas (pues antes, obvio, no lo eran).
Ese es el costado que la presidenta olvidó, u obvió, mencionar en su cita a Marx.
Esta nueva farsa, que para nada debe ser considerada una comedia, consiste en ocultar parte de la historia, en borrar con el codo lo actuado en épocas nefastas y criticarlas desde una posición inmaculada.
Por último, una nueva referencia a la cita marxista: cuando Marx habla sobre la repetición de la historia como farsa, se refiere a la ascensión al poder de Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón. Y dice que esta segunda experiencia “napoleónica” en Francia, que intentó rememorar el esplendor nacionalista del primer Bonaparte, fue una triste imitación.

lunes, junio 30, 2008

Un verdadero deporte nacional

Si había alguna polémica en torno a quien escribió el Apocalipsis, último libro de la Biblia, ya no quedan dudas: era argentino.
Estos cien días de conflicto rural, continuado ahora en la plaza de los dos Congresos, demostró la gran capacidad de los argentinos para avizorar una catástrofe nacional en cada conflicto que tenemos.
Somos “llorones”, no caben dudas, pero en esta ocasión el drama nacional fue condimentado con tintes de comedia, con el aporte de boludos ilustres que bien deberían estar en “Bailando por un sueño”, y no haciendo ridiculeces frente al Congreso de la Nación.
A esta comedia dramática no le falta nada, pero cómo todo género, sus características principales se repiten constantemente, al punto que ya podríamos avizorar su final.
Lo cierto es que durante los cien días de conflicto tuvimos que escuchar, de uno y otro lado, visiones apocalípticas e irresponsables, que sólo sirvieron para confundir aún más a la ciudadanía, desconcertada entre los reproches del ex presidente y las prepoteadas de De Angeli.
Vimos de todo: productores llorando sobre la catástrofe económica que significaría para ellos unos puntos más de retenciones, funcionarios alertando sobre un golpe de Estado, medios de comunicación avizorando grandes hambrunas a causa del “desabastecimiento”, ríos enteros de leche tirada, patotas protofascistas entrando a sangre y fuego a Plaza de Mayo, intrigas de alcoba destinadas a desestabilizar a la presidenta, tractorazos por aquí y por allá, marchas casi diarias a la plaza, discursos en cadena nacional a montones...
Parecía que el Apocalipsis se cernía sobre Argentina, que el tan temido Armagedón finalmente se iba a producir. Desde todos los sectores de la sociedad se actuó como si de esta disputa de egoísmo por parte de dos sectores del poder se iría a definir el destino de la historia.
En mi función periodística, escuché a los supermercadistas chinos afirmar que habían sufrido pérdidas por más de 500 millones de pesos, a panaderos asegurar que habían cerrado la mitad de las panaderías de la provincia, a productores manifestando que así no podían ni empezar a sembrar, a caceroleros nostálgicos señalar que debían irse “estos zurdos”, a funcionarios anunciando inminentes golpes.
La apuesta era llevar el drama al paroxismo total, ingresar en un juego de suma cero en el que no caben más que los pro y los contra, envalentonados como estaban ante los miles de micrófonos hambrientos de morbo para montar su show.
Pero en la novela entra también la comedia, los momentos de distensión para hacer más llevadero tanto drama.
Y eso pasó en la Plaza, o en las diferentes “plazas” que hubo en el transcurso de todo el conflicto. Y tras cien días de drama, en los que unos y otros avizoraban el final de todo lo conocido, llegó la estupidez.
Siete carpas desplegadas frente al Congreso, el torito “Alfredito”, la pingüina Cristina, la paloma de la paz, los banderazos en defensa de la patria, los partidos de rugby entre personas que antes y después del match son enemigos a muerte, los discursos de De Angeli, las conferencias de prensa “simpáticas” –por no decir boludas- de Néstor Kirchner, y todas las pavadas que se les puedan ocurrir le pusieron un poco de “pimienta” al drama nacional.
Por supuesto, que esto fue recibido con beneplácito por los medios, ya un poco aburridos de aburrir a la gente con el inminente desastre.
Como hemos señalado algún otro domingo, la lógica de construcción periodística tiene la capacidad de vaciar el contenido real de la información para llenarlo de espectacularidad y así mostrar un producto que sea más “vendible” a los consumidores.
Es, podríamos decir, la “estrategia showmatch”, la apelación al espectáculo, al conflicto, la apuesta a montar un circo en el que no falte nada.
Y las dos partes de este conflicto también lo entienden así, y saben que la única manera de llamar la atención es mostrando morbo. Por eso las carpas, los inflables, los llamados a las armas, y demás estupideces que hemos visto con una repetición insistente y penetrante.
Ya no importan las retenciones, nadie se acuerda de las pérdidas o ganancias de los productores, ni del débil plan de “redistribución” del Gobierno. Todo es el show, ahora importa lo que el Alfredo le dice a Cristina, y cómo Cristina pone en vereda a los ruralistas.
Criticamos a D’Elía, pero todos los días esperamos que diga alguna burrada para regodearnos de ella y salir a cacerolear.
Y la comedia dramática no va a terminar, todavía tiene el suficiente raiting como para explotarla y alargarla por unos meses más.
Desde aquí, espero que no dure mucho más, y prefiero sinceramente volver a ver en todas las pantallas de TV a las “chicas Tinelli” pelearse por un hombre. Es idiotizante, pero por lo menos no hace mal a los nervios.

martes, junio 03, 2008

Pobres Pobres

Otra vez los números. De nuevo porcentajes y subporcentajes; discusiones infructuosas sobre un 0,01 por mil de más o de menos sobre el registro de la pobreza.
Como pasa con la inflación, como ya lo hablamos algún domingo, nuevamente la pelea por los “números” de la pobreza encubre el principal problema: la pobreza misma.
Hablar de un 10, un 12 o un 25 por ciento de pobreza es completamente insignificante respecto del problema central que queremos graficar.
Detrás de la “frialdad de los números” hay gente; personas que no pueden llevar todos los días un plato de comida a su casa; familias desmembradas a causa de ello; desnutrición; trabajo infantil; deserción escolar...
Entrar en la discusión del Gobierno acerca de las cifras mentirosas del Indec es dejar de lado todo aquello que trae consigo la pobreza. ¿Acaso alguno de nosotros lo pensó así en algún momento? ¿O simplemente discutimos de números, de matemáticas?
Semejante abstracción numérica le quita humanidad al problema, lo transforma en un mero dato para discutir, una nueva excusa para hablar sobre el Indec. Cada punto porcentual de pobreza son miles y miles de personas que sufren, personas como nosotros.
Es gracioso pensar que existe un “límite oficial” de la pobreza, un número impuesto por el Indec, en base a sus vergonzosas mediciones de inflación, que establece que desde un punto determinado (poco más de 900 pesos, hoy) uno es pobre.
El que gana 901 pesos está salvado, no es “pobre” y puede quedarse tranquilo.
¿Puede quedarse tranquilo?
La pobreza no es una cuestión de números, es un problema social estructural, que se transmite de generación en generación en muchos casos, un problema que requiere soluciones sumarísimas y que no puede esperar los tiempos del Gobierno, ultrarrápido para captar las “ganancias extraordinarias” de los sectores más favorecidos, pero lento, muy lento, para “redistribuirlas” en la sociedad.
Y nuevamente con esto se pone sobre la mesa la discusión acerca del carácter redistribucionista del proyecto kirchnerista: ¿cómo se explica que, a un promedio del 9 por ciento anual de crecimiento, haya más pobres?
Aviso para la pseudo intelectualidad de aquí y de allá: más crecimiento y más pobreza significan únicamente que existe en la actualidad una extraordinaria fuga de capitales hacia los sectores más ricos de la sociedad, y no al revés, como este Gobierno “progresista”, conformado en un ciento por ciento (ya que hablamos de números) por ex funcionarios “neoliberales” de los 90, intenta demostrar.
¿O acaso se piensan que sólo con las retenciones se puede hablar de “redistribución”? Es imposible pensar en esta “utopía” mientras el 70 por ciento más pobre de la sociedad tenga la mayor carga tributaria (el IVA) y al resto ni se le haga cosquillas. Las retenciones no sirven ni servirán nunca si antes no existe un plan fiscal global: es decir, que se pueda pensar en “retener” las ganancias extraordinarias de un sector, pero a la vez, tener en claro hacia donde dirigir esos recursos (y no vale decir: “a la caja del Gobierno”).
Con decir la palabra mágica “hay menos pobres en esta Argentina”, no se le solucionan los problemas a nadie. Tampoco se hará, obviamente, denunciando la manipulación de datos.
No pensemos en números, pensemos en caras, individualicemos esos porcentajes, transformémoslos en personas, en situaciones. No entremos en este mareo estadístico del Gobierno, que vacía los problemas y los abstrae, los desvía hacia cualquier otra parte. Que de los números se encargue Paenza, y el Gobierno, por una buena vez seriamente, de los pobres.

martes, mayo 27, 2008

200 años igual

Estamos pisando el bicentenario, y sin embargo todavía estamos lejos, muy lejos, de constituirnos como país.
A dos años de festejar (¿qué?) los 200 de la emancipación española –que no es lo mismo que la independencia- seguimos viviendo en un país desunido y desigual, dependiente de un poder político-económico que, por más que insistan en negarlo, forjó sus principales características durante la última dictadura militar.
Aquella vieja dicotomía de “civilización-barbarie” que instaló Sarmiento por 1840, sigue tan vigente como siempre, transformado el gaucho como elemento de “barbarie” por los nuevos marginados de hoy.
Construimos este Estado (que no es lo mismo que Nación) en base a miles de desigualdades y sobre la sangre de los pueblos originarios que habitaban esta tierra desde hace mucho más que 200 años.
Lo que tenemos hoy es una construcción inestable de país, forjada sobre miles de muertos anónimos, sobre miles de historias que no tienen voz para ser contadas.
La semana pasada, conversando con la socióloga Alcira Argumedo sobre la situación política boliviana ella dijo, muy atinadamente, que la base de la nueva construcción de ese país se encuentra en la preservación de sus pueblos originarios, que confluyó, finalmente en el surgimiento de un líder de la comunidad Aymará como presidente.
Argumedo opina, con buen tino, que las costumbres ancestrales de ese pueblo (no robar, no mentir) obligan al presidente no sólo desde el mandato que tiene, sino desde el respeto a las leyes de sus ancestros.
En Argentina les dimos la espalda desde siempre, relegándolos, en el mejor de los casos, a la servidumbre, para luego exterminarlos a sangre fría por un hijo de puta que injustamente tiene levantados grandes monumentos en todo el país y que (oh, casualidad!) es el padre de la Argentina moderna, de esta Argentina injusta habitada por extranjeros (todos en el fondo lo somos) que en dos años vamos a celebrar una emancipación con sabor a conquista, a usurpación.
Los verdaderos héroes de Mayo (Belgrano, Moreno, más adelante San Martín) se dieron cuenta de ello, y propusieron a un descendiente Inca como nuevo soberano. Imaginarán el escándalo que provocó en las familias patricias, y no era para menos.
A Belgrano lo mandaron al norte a defender la frontera con un ejército mínimo, a Moreno lo asesinaron en alta mar, y al Inca lo colocaron en un museo, para dar la idea de que lo que él representaba era sólo el pasado, y nada más.
A sólo dos años del bicentenario intentamos firmar un pacto social que nuevamente niegue toda esta historia, todas las desigualdades, metiendo por la fuerza en el mismo casillero a campo e industria, movimientos sociales e Iglesia, conquistadores y conquistados, obligados a darse la mano y hacer borrón y cuenta nueva, como si ello cambiara o reparara las ofensas generadas.
Para forjar un verdadero acuerdo de bicentenario hay que poner sobre la mesa, sin tapujos, todas las injusticias y desigualdades que se siguen desarrollando constantemente y tratar de repararlas, o en todo caso hacerlas más llevaderas.
Un verdadero pacto del bicentenario no se puede forjar de espaldas a la historia, dando ofrendas florales a Roca, Mitre o a los héroes de la Conquista del Desierto. Seguir mintiéndonos acerca de nuestra historia (mentira consentida, mentira aceptada, mentira hecha cuerpo por todos nosotros) significará no mirar críticamente el presente, y no mirar críticamente el presente, es seguir reproduciendo la misma historia.
Después sí, banderas, escarapelas, himno y viva la patria, carajo.

sábado, mayo 17, 2008

Que sí, que no

- Levantá el paro.
- No, primero llámame vos a dialogar.
- ¡Pero si ya lo hice!
- Sí, pero ofreceme algo convincente.
- Ah, no, no. Primero vos tenés que levantar el paro.
- ¡Imposible! Primero vos dame lo que yo te pido.
- Pero no te lo puedo dar si primero no hablamos.
- Hablemos entonces.
- Si, pero primero tenés que levantar el paro.

Así parece llevarse adelante diariamente las negociaciones entre el campo y el Gobierno. Y lo primero que a uno se le ocurre cuando ve esto es que, en lugar de estar presenciando una de las crisis más importantes de los últimos cinco años, se encuentra frente a una pelea de novios adolescentes.
Este juego del Gran Bonete (¿Yo señor? No, señor) ya lleva más de dos meses, pero los caprichos y los egos de unos y otros hacen que siga estancado en el mismo punto.
El tira y afloje de ambos sectores ya ha dejado de revestir cualquier tipo de interés, toda vez que cuando se intenta llegar a algo, todo queda estancado en el mismo círculo vicioso.
Por un lado está la posición caprichosa del Gobierno, que cree que va a demostrar debilidad si da el brazo a torcer frente a los ruralistas. Detrás de todo ello se encuentran las ansias de poder eterno de Néstor Kirchner, quien sigue insistiendo que el país debe manejarse con las mismas relaciones feudales que él estableció en Santa Cruz durante sus años de gobernador menemista.
Si al menos tuviera un pizco de voluntad democrática, podría entender que en el juego de relaciones que se establecen en tal sistema, existe la posibilidad de retroceder en ciertas cuestiones, sobre todo cuando ello se logra a través del diálogo y el entendimiento.
Por otro lado, se encuentra la actitud poco definida y nada clara de la dirigencia rural, aglutinada en la Mesa de Enlace de las cuatro entidades principales –que reúnen, dicho sea de paso, a dirigentes cooperativistas y que bregan por una reforma de la propiedad de la tierra junto a representantes de la más reaccionaria oligarquía terrateniente-.
La dirigencia rural se ha ido contaminando de a poco de las prácticas políticas de aquellos con quienes ha negociado, y todo acto que realizan últimamente es un ajustado cálculo de conveniencias acerca de “no perder popularidad” entre los productores.
Sus acciones están dirigidas a no quedar mal con nadie, y a esperar que el Gobierno de un día para el otro los convoque y les diga que hará lugar a todos sus reclamos. Parece que ellos también han entrado en una competencia de popularidad.
En este juego de relaciones en el que ningún sector quiere perder nada, ambos deberán pagar algún costo político para salir del estancamiento en el que se encuentran. Tanto los ruralistas, levantando las medidas para dialogar, como el Gobierno, reconociendo los errores técnicos cometidos en marzo y proponiendo soluciones concretas y eficaces.
A nadie se le van a caer los anillos por hacerlo. Los dos sectores deberían comprender que se trataría de un acto de grandeza, y no de cobardía, llegar a esto.
¿O acaso el Gobierno no comprende que en el juego democrático, reconocer errores y cambiar el rumbo es loable? Productores y políticos se han olvidado que han sido elegidos para defender los intereses de sus representados. Endureciendo cada vez más su postura no lo hacen en absoluto, pues hoy ni los productores reciben un trato tributario más justo, ni los más necesitados pueden recibir los beneficios de la redistribución de los saldos exportable, tal como aseguran desde uno y otro lado.
El sentido de una negociación no ha sido nunca esperar que el otro desista de todo reclamo y se quede tranquilo, ni tampoco ponerse firme y no ceder ni un centímetro.
Ojalá el gataflorismo de ambos desaparezca pronto, y que el juego del Gran Bonete termine.

martes, mayo 13, 2008

El respeto empieza por casa

Se ha hablado mucho en los últimos meses sobre el respeto a la investidura presidencial. Si bien para nosotros es algo abstracto y lejano, y puede sonarnos a sanata, esta teoría tiene su sustento filosófico político en la idea de que la figura presidencial representa a todos los ciudadanos, y que por ende, no respetarla significaría insultar a la población en general.
Esta idea, demasiado abstracta y anquilosada, sigue teniendo validez en tanto nuestro sistema electoral determine los mecanismos de elección actuales.
Ahora bien, el sentido común nos dice que nadie puede exigir respeto para sí, si primero no lo tiene consigo mismo y con los demás. Y he aquí el laberinto en el que ha entrado la presidenta Kirchner.
Debilitada por la inflación y el conflicto con el sector agropecuario, fue tapada cada vez más por la sombra de su marido, el ex presidente en funciones –como señala Nelson Castro-, Néstor Kirchner, quien poco a poco fue comiéndose la escena política, transformándose, una vez más, en el centro de atención del poder.
La investidura presidencial es agredida constantemente por el marido de la presidenta, quien ha interferido casi a diario, poniéndole palos en la rueda a las negociaciones con el agro, provocando una nueva oleada de paros que tanto mal le hacen a la sociedad.
La discusión respecto de la justicia o no del paro va por otro carril, pero que la persona que nos representa a todos no haya hecho ni el más mínimo esfuerzo para evitarlo es altamente reprochable, ya que es ella quien ostenta una responsabilidad institucional.
Reprochable es también que se haya puesto a la altura de uno de los tantos ruralistas que se encuentran en la ruta, y haya dedicado un discurso para responderle, asegurando que ella “tiene aguante”, como si se tratara de ver quién es el más guapo de la cuadra.
Cristina Kirchner y su marido nunca estuvieron a la altura de esa “investidura presidencial” para la que reclaman respeto, empezando por el hecho de que infinidad de veces se usó esa “investidura” para realizar actos proselitistas como el de Chivilcoy, con excusa de inaugurar la planta de Paquetá.
Tampoco se gana el respeto a la investidura yendo a inaugurar el Museo del Hielo al Calafate el mismo día en que culminaba la tregua de las entidades del campo, en un gesto de frivolidad y estupidez que hizo que hoy tengamos nuevamente a los productores en la ruta.
El respeto empieza por casa, si la investidura presidencial es usada meramente como un escudo protector para evadir críticas, pero a su vez es pisoteada a diario desde el interior del poder, no se puede esperar otra cosa que desprecio.
Y esto es más grave aún, porque quien dentro del poder no respeta es investidura, no le hace un mal sólo a la presidenta, sino a todos y cada uno de los ciudadanos.
A veces pienso que cuando Cristina reprocha a aquellos que no la respetan y carga contra el machismo de la sociedad, le está enviando un mensaje a su propio marido. Es que ella misma ha caído en esa lógica y se ha dejado disminuir por Néstor K, como presidenta y como mujer.
Y dejarse avasallar de esa manera equivale a entrar en una dinámica peligrosa, pues poco a poco se irá generando una sensación de acefalía que, como ya conocemos, puede terminar de la peor manera.
En países como el nuestro, tan acostumbrados a tener líderes fuertes, que demuestren firmeza –cuidado, no señalo esto como una virtud- semejante muestra de debilidad mella la confianza de la ciudadanía. La presidenta está iniciando ese camino.
Esto, sumado a una oposición sumamente débil e inútil y a la falta total de alternativas, puede provocar un cóctel explosivo.
Por eso, sería recomendable que los doctores Kirchner comiencen a tratar sus problemas domésticos en la residencia de Olivos –quizás les vendría bien una terapia de pareja- y dejen para la Rosada la conducción de los destinos del país. Sería saludable, entonces, que Cristina mande a Néstor a lavar los platos y cuidar a los hijos y tome en serio, de una vez, la responsabilidad que le otorga su investidura.

sábado, mayo 03, 2008

El palacio o la calle

Esta semana, el intendente Franetovich sugirió que no se debe gobernar desde la calle, al declarar que “No puede ser que la gente decida en la calle lo que tiene que hacer el Estado. Eso lo tenemos que tener bien presente”. Si bien es cierto que el contexto en que mencionó esto tiene que ver con su oposición a la instalación de una suerte de “carpa verde” en la Plaza Principal, tiene una connotación bastante peligrosa y una visión de la democracia limitada a los sectores de poder.
Pero el razonamiento de Franetovich es generalizado en toda la clase política, y tiene que ver con la costumbre de pensar en la impasividad de la ciudadanía como una norma, algo que está bien que suceda, y una figura del político como el líder carismático y conductor de grandes masas de desorientados que necesitan de su protección.
Cuando el intendente asegura que se gobierna desde el Estado y no desde la calle, olvida quizás que el Estado es la calle, es cada uno de nosotros y no sólo el palacio municipal y el Concejo Deliberante.
Sin embargo, esta postura no es maliciosa, sino producto de 25 años de una democracia que no puede desprenderse del recuerdo de la dictadura, un régimen que dejó calado en todos nosotros el miedo a participar activamente de las decisiones del Estado.
Por supuesto, a nadie le interesa modificar esta situación, con lo cómodo que es que nadie se meta en las cuestiones de un funcionario o legislador.
Parece que muchas veces la dirigencia política olvida el mandato que se les otorga en cada elección, en la representatividad que nos deben y, por sobre todo, en la responsabilidad social que ello conlleva.
Todo gobierno debe gobernar desde la calle, a partir de allí y hacia los estamentos más altos del gobierno, luego.
Pero la falta de costumbre de este tipo de modalidad hace que la dirigencia se quede paralizada ante la primer marcha que se hace, o mire como bichos raros a los asambleístas de Gualeguaychú, que llevan adelante desde hace años una lucha organizada en donde en las decisiones prima el interés general.
Y me parece que esto lleva cada vez más a la clase política a alejarse definitivamente de las verdaderas prácticas democráticas –insisto aunque ya lo he dicho: democracia no es sólo ir a votar cada dos años- para consolidarse en una suerte de “monarquía electiva”, mediante la cual cada cuatro años elegimos a un rey y le damos carta blanca para que haga lo que quiera, agravado esto por la falta de compromiso de las ya extintas plataformas electorales, que nos impiden conocer las ideas de los candidatos.
Volver a la calle significaría retomar las tradiciones democráticas más antiguas, escuchar un poco más al vecino “de a pie”. Ojo, no es vivir en un estado asambleario permanente, pero sí bajar un poquito a la tierra y abrir las puertas de los palacios a la ciudadanía.
No puede ser, dicho sea de paso, que el mismo Gobierno que reclama mayor libertad de expresión sea uno de los que más celosamente impide el acceso a la información pública: es decir, la posibilidad de que cada ciudadano pueda conocer todos los actos de gobierno, lo que incluye sueldos de funcionarios, precios de cada obra realizada y contratos con empresas privadas.
Eso también es democratizar un gobierno, devolver a la calle aquello que nunca debió perder. En pocas palabras, devolver el gobierno al Soberano, el único y verdadero interesado y último destinatario de los actos gubernamentales.
Gobernar desde la calle no significa dar lugar a la anarquía y al libre albedrío, es intentar cumplir lo más fielmente posible con el mandato popular.
No me canso de repetirlo: la verdadera democratización llegará el día que comprendamos que no debemos cumplir las órdenes de quien nos habla desde arriba de un escenario, sino que es él quien debe cumplir las nuestras.

lunes, abril 28, 2008

Hacerse los boludos

Para Felipe Solá, una posible vuelta de Eduardo Duhalde al Partido Justicialista “puede contribuir mucho” a la estructura partidaria. Uno se pregunta cuál es el sentido de esta frase o, acostumbrados a las idas y vueltas de los dirigentes políticos, qué beneficios quiere conseguir con esto.
Solá dijo alguna vez que “para permanecer en política hay que hacerse el boludo”, y él ha dado sobradas muestras de ello (me refiero, claro, a la permanencia en política: sin interrupciones desde 1991).
Como dijo Horacio Vertbisky, “Felipe es Felipe”. Pero Felipe no sólo es Felipe. Felipe es Kirchner, Duhalde, Florencio Randazzo, Alberto y Aníbal Fernández. Felipe representa toda una tradición política panquequeril que en los últimos años se ha tornado obscena.
La palabra empeñada no vale nada para esta clase, más pendiente de las prebendas y de los beneficios personales que en “trabajar por el bien de la Patria”, como cínicamente dicen ante cada micrófono que le acerquen.
Son muy contados los dirigentes que actualmente podrían hablar con la conciencia tranquila de su pasado, pero cuando uno los escucha hablar de “la dirigencia política” o de “la vieja política”, pareciera que se erigen como los campeones de la moral, o se autoexcluyeran de una categoría que tan bien les cabe.
Los invito a hacer un pequeño ejercicio de memoria: recuerden cinco actuales dirigentes que no hayan participado activamente durante el menemismo. ¿Difícil, no? Pues parece que para ellos no lo es tanto.
Verdaderamente da mucha bronca cuando se los escucha criticar a la Argentina neoliberal con una soltura de conciencia vomitiva.
Nadie está exento de ello: Néstor Kirchner fue el primero en apoyar la privatización de YPF, y su esposa, entonces legisladora santacruceña, votó la ley a dos manos, lo que le permitió, hasta el día de hoy, recibir una jugosa suma de 500 millones de dólares en concepto de regalías petroleras, dinero que todavía no se sabe a ciencia cierta donde está.
Felipe Solá fue secretario de Agricultura y Pesca del menemismo, y como tal contribuyó a la debacle total del sector, en una de las épocas más nefastas para el campo y la pesca.
Aníbal Fernández se convirtió en uno de los primeros intendentes bonaerenses prófugos de la historia cuando escapó de la justicia, que lo investigaba por malversación de fondos.
Y la lista es mucho más larga como para poder volcarla en este espacio –guardo además en mi archivo personal una linda foto de Menem-Duhalde-Randazzo saludando desde el menemóvil en Chivilcoy-.
Lo cierto es que nadie puede decir que vivió equivocado durante diez años, ni que la adhesión al vaciamiento del Estado fue un “error de cálculos” o que el entonces núcleo fuerte del menemismo los engañó con promesas vacuas. Ninguno de los mencionados es bebé de pecho en lo que a política se refiere.
Pero el problema detrás de este problema es otro: la escasa capacidad de reacción de los argentinos, que hemos mirado, impasibles, como estos camaleónicos personajes hicieron de las suyas durante tanto tiempo, sin darles la espalda como sociedad.
El “que se vayan todos” de diciembre del 2001 quedó como una consigna romántica de una época pasada, y todos los que estaban, lejos de irse, se afianzaron más en sus puestos, previo reacomodo de sus discursos.
Ahora todos son políticos progre, interesados en los derechos humanos, impulsores de una reforma política mentirosa que, de cumplirse verdaderamente como ellos la plantean, debería barrer con toda la lacra política que tanto mal le hace a la sociedad, lacra en la que, obviamente, están incluidos.
Hasta que no empecemos a ejercer una verdadera ciudadanía, que surja “desde la calle” hacia el Estado, hasta que no empecemos a aplicar nuestro poder de veto, la política no va a mejorar. No le podemos pedir a una clase podrida que sola se regenere.
Tampoco nosotros debemos hacernos los boludos, como Felipe, Néstor, Cristina, Aníbal, Alberto, Eduardo, Florencio o muchos más. Desde donde podamos, recordémosle que sabemos que se están haciendo los boludos, y que no lo vamos a tolerar.

miércoles, abril 23, 2008

Cortinas de humo

Mucho humo en la ciudad, pero más humo en los medios. Un humo infernal, diabólico, más perjudicial que el paro del campo y el desabastecimiento; peor que el discurso de Cristina.
Un humo que tapa todo, lo que se quiere ver y lo que no, las cosas más evidentes y las más ocultas. Llamativamente, el humo tapó, incluso, a su propia fuente: es decir, al fuego que lo provocó. Se habla más del humo en Capital Federal que de las 60 mil hectáreas que se están quemando en el Delta, y de los instigadores de ese fuego.
La cortina de humo que se generó esta semana alcanzó la escena pública, y de un plumazo borró todos los problemas de los argentinos, menos los respiratorios, claro.
El humo tapó las incoherencias que comienzan a presentar entre sí los representantes de las entidades del campo, que tras el levantamiento del paro, se entiende cada vez menos su postura, demasiado tecnicista quizás, o tal vez muy histérica.
Entre la neblina negra no se pudo notar el tímido acercamiento de Luciano Miguens, titular de la Sociedad Rural Argentina, a las posiciones del Gobierno, ni como él, hombre acostumbrado a mimarse con el poder, comienza a guiñarle el ojo a la presidente, olvidándose de su corta época de “dirigente combativo”.
Obviamente, el humo tapó ese acercamiento, por suerte para el Gobierno, que tanto criticó al ruralista representante de la “infame oligarquía”.
Pero el humo no tapó sólo las cosas evidentes, sino las que ya estaban escondidas, como el manejo oculto de Néstor Kirchner de las alternativas políticas, o su marcha hacia la recomposición del PJ “mafioso” que su mujer criticó durante la campaña del 2005.
¡Qué suerte que el humo tapó a los Mércuri, Otahacé, Alak, Pereyra, Díaz Bancalari, Zúcaro, integrantes de la “cossa nostra” duhaldista, que ahora abrazan con fervor la causa kirchnerista, ya curados de su tendencia mafiosa, transformados, por el solo hecho de apoyar al matrimonio K, en paladines de la democracia, integrantes de un “gobierno nacional y popular”!
La inflación también quedó atrapada entre las tinieblas, y la única medición que valió la pena difundir fue las partículas por millón de dióxido de carbono en el aire, y su acercamiento a niveles peligrosos.
Lástima que el nuevo tema de conversación surgió en paralelo a los datos difundidos por Consumidores Libres, entidad liderada por el ex diputado socialista Héctor Polino, que da cuenta de una inflación, en lo que va del año, del 14 por ciento, con una suba de 4 puntos sólo en los primeros 12 días de abril.
Esta vez, Moreno no tuvo que hacer nada, el humo le ahorró el trabajo. Aunque se estima que cuando la situación se vuelva intolerable se dirigirá, intespectivo como siempre, tan guardián de la democracia, hacia las oficinas medioambientales para reclamarles que, por el bien del país, bajen los niveles de toxicidad, aunque más no sea en los números.
Pero la oposición tan bien se perdió en la humareda, quizás en una más tóxica de la que conocimos nosotros. Eso es la sensación que dió, por lo menos, escuchar a Carrió prometer cosas para “cuando sea presidenta”.
Habría que explicarle a la doctora que las últimas elecciones presidenciales fueron hace cuatro meses, y que todavía, según dictamina la Constitución, falta un largo tramo para otro proceso de similares características, incluidas unas elecciones legislativas en el medio.
Humo, mucho humo. Más humo, por favor. Perdámonos en esta neblina y escapemos de la realidad. No pensemos en el campo, ni en el precio de la soja, de la carne o el pan. No pensemos en nada.

sábado, abril 19, 2008

Kirchner vuelve


Cuando asumió, envalentonado por los aires del sur e hipnotizado por la sorprendente sumisión de la clase política ante quien detenta el poder, el ex presidente, Néstor Kirchner, prometió terminar con la vieja política y conformar un movimiento transversal que incluya a todas las fuerzas progresistas del país.
Resultaba raro que un gobernador que ocupó cargos políticos desde la vuelta de la democracia, en 1983, cambiara de esa manera de discurso. Sobre todo si tenemos en cuenta que Santa Cruz era una de las tantas provincias argentinas con un sistema feudal y una conducción autoritaria y verticalista.
Quizás el largo viaje hasta Buenos Aires lo hizo cambiar de idea al entonces presidente, pero lo cierto es que el caudillo patagónico entró a la escena pública nacional prometiendo un cambio, diciendo que iba a desterrar al viejo partidismo y vaticinándole al Partido Justicialista un negro futuro: a partir de entonces iba a pasar a ser una fuerza como tantas otras dentro del Frente para la Victoria, una agrupación de vanguardia que contenía a radicales y socialistas, peronistas y representantes de las corrientes “centro”.
Pero los hechos, como a tantos otros líderes, lo pasaron por arriba: el frente “progresista” que había conformado no le garantizaba a su esposa, elegida para sucederlo, el piso tranquilizador de la mitad más uno de los votos. Los radicales no habían sido domados del todo, y sólo lo acompañaba un grupo menor, liderado por Julio Cobos, que no tenía demasiado peso en el partido; y las otras fuerzas eran muy débiles para poder albergar grandes esperanzas en ellas.
A partir de ese momento, todo cambió: los intendentes del Conurbano, aquellas “mafias” a las que tanto había criticado la actual presidenta, fueron convocadas a participar abiertamente en la campaña electoral, con la firme promesa de devolverles para sí el inmenso aparato del PJ, tan vivo como siempre.
Y así fue, el peronismo copó todas las listas, y los representantes de otras fuerzas debieron conformarse con lugares alejados de los puestos de decisión, cuando no una palmadita de aliento en la espalda.
A partir de allí comenzó el operativo retorno, la vuelta del mítico movimiento, controlado por un hombre que sabía que, si no se decidía a domarlo, lo iba a domar a él.
Ahora bien, este panorama abre hacia el futuro grandes interrogantes: ¿qué va a pasar con aquellas personas que realmente se alinearon al FpV por considerarlo una herramienta de cambio? ¿Adónde quedó ese sistema bipartidista integrado por una fuerza de derecha y otra progresista, de centro izquierda, prometido por K? ¿Qué va a pasar con aquellas agrupaciones que integran la Concertación Plural, aquel movimiento llamado a contener al PJ bajo el liderazgo de Kirchner? ¿El PJ de Kirchner será, simplemente, parte de aquel movimiento mayor. El patagónico permitiría eso? Claro que no.

El principio de las cosas
No superar en ninguna encuesta los 45 puntos de intención de votos, llevó al matrimonio K a tomar dos medidas a regañadientes: la primera, otorgarle la candidatura a gobernador bonaerense a Daniel Scioli, visto desde siempre como un enemigo en potencia; y devolverles todas las potestades al antiguo PJ.
A partir de allí, el escenario cambió por completo: la presidenta sabía que necesitaba de Scioli para ganar la elección sin sobresaltos, y en esta empresa necesitaba también de los intendentes del conurbano, quienes además, le iban a serle útil más tarde para condicionar al gobernador.
Y frente a este escenario, el paro del campo vino a empeorar aún más la situación: la tan mentada “contramarcha” no se podría haber hecho sin la colaboración de todos los caudillos territoriales del partido. Ese día, paradójicamente, se vio una imagen que podría muy bien graficar cuál es la situación actual de la denominada Concertación Plural: un Julio Cobos desconcertado, perdido, frente a miles de militantes peronistas que cantaban, V en alto, la “Marcha Peronista”.
Lo cierto es que en momentos de crisis, fue el PJ quien le prestó al Gobierno que lo quiso desplazar, la “manguera” para apagar el incendio. Y el Gobierno no dejó de reconocerlo, incluyendo en aquel acto todo lo que de simbólico tiene para el Partido: banderas, marchas, bombos, concentraciones masivas, etc; asegurándose que el retorno del PJ era claro, concreto e inmediato.

¿Qué será del FpV y la Concertación Plural?
Entre los ideales que traía Kirchner del Sur, uno de ellos era subsumir al viejo PJ bonaerense a su nuevo Frente para la Victoria. El PJ iba a ser una agrupación más dentro del entramando.
Muchos veían esta propuesta como “superadora” de los viejos partidismos que por tanto tiempo habían dominado la escena pública nacional. Sin embargo, fue la escena la que se impuso y la necesidad, ya se sabe, tiene cara de hereje.
Ahora bien, con Kirchner como presidente del PJ, ¿seguirá siendo este movimiento sólo un apéndice de otro mayor? En otras palabras, ¿el ex presidente se ‘bancará’ estar dentro de una estructura partidaria mayor?.
El mismo interrogante corre para los representantes de la Concertación Plural, fuerza compuesta mayoritariamente por radicales K y socialistas, que verán aguados sus deseos al saber al ex presidente no va a ser de la partida.
Lo cierto es que con la nueva jugada K, el gran pendiente seguirá siendo la ansiada reforma política y el sistema seguirá igual que antes.

La vacuidad del poder
Michel Foucault decía, con acierto, que el poder no se toma, deja, roba o copota, sino que se ejerce. Los centros de poder están ahí, intactos, esperando que alguien se anime a tomarlos, a ejercerlos para sí.
Difícil se torna el asunto para quien quiera modificar ese poder. Kirchner se dio de lleno contra esa barrera, y ahora aprendió de los errores.
Lo cierto es que en la actualidad, los grandes centros de poder político de la Argentina siguen concentrados en pocas instituciones, e intentar modificar esa situación es casi imposible.
Frente a esto, no nos queda otra que mostrar nuestra total desesperanza de que algo cambie alguna vez pues, como ya se ve, el sistema de partidos políticos actual sigue siendo tan inviolable como siempre. Ni siquiera el hombre que logró concentrar más poder que nadie desde el retorno de la democracia pudo doblegarlo.
En efecto, todo está dispuesto para una posible recomposición a mediano plazo de los partidos políticos tradicionales (PJ, UCR, Socialismo) con la supervivencia de otros espacios que emergieron en la época de crisis y que han logrado cierta consolidación en los últimos años, como la Coalición Cívica, de Elisa Carrió.
¿Es sano, esto, para la democracia? En principio, me atrevería a pensar que todo sistema partidista tiende a alejar aún más la ya larga brecha existente entre representantes y representados, y que el partido político tal y como ha sido usado últimamente en Argentina, sirve para todo menos para generar una cuna de consensos generalizados por parte de sectores de una misma procedencia ideológica. Pero Kirchner así lo dispuso, y por ahora, sólo por ahora, todo lo que él diga será palabra santa para muchos.