martes, mayo 27, 2008

200 años igual

Estamos pisando el bicentenario, y sin embargo todavía estamos lejos, muy lejos, de constituirnos como país.
A dos años de festejar (¿qué?) los 200 de la emancipación española –que no es lo mismo que la independencia- seguimos viviendo en un país desunido y desigual, dependiente de un poder político-económico que, por más que insistan en negarlo, forjó sus principales características durante la última dictadura militar.
Aquella vieja dicotomía de “civilización-barbarie” que instaló Sarmiento por 1840, sigue tan vigente como siempre, transformado el gaucho como elemento de “barbarie” por los nuevos marginados de hoy.
Construimos este Estado (que no es lo mismo que Nación) en base a miles de desigualdades y sobre la sangre de los pueblos originarios que habitaban esta tierra desde hace mucho más que 200 años.
Lo que tenemos hoy es una construcción inestable de país, forjada sobre miles de muertos anónimos, sobre miles de historias que no tienen voz para ser contadas.
La semana pasada, conversando con la socióloga Alcira Argumedo sobre la situación política boliviana ella dijo, muy atinadamente, que la base de la nueva construcción de ese país se encuentra en la preservación de sus pueblos originarios, que confluyó, finalmente en el surgimiento de un líder de la comunidad Aymará como presidente.
Argumedo opina, con buen tino, que las costumbres ancestrales de ese pueblo (no robar, no mentir) obligan al presidente no sólo desde el mandato que tiene, sino desde el respeto a las leyes de sus ancestros.
En Argentina les dimos la espalda desde siempre, relegándolos, en el mejor de los casos, a la servidumbre, para luego exterminarlos a sangre fría por un hijo de puta que injustamente tiene levantados grandes monumentos en todo el país y que (oh, casualidad!) es el padre de la Argentina moderna, de esta Argentina injusta habitada por extranjeros (todos en el fondo lo somos) que en dos años vamos a celebrar una emancipación con sabor a conquista, a usurpación.
Los verdaderos héroes de Mayo (Belgrano, Moreno, más adelante San Martín) se dieron cuenta de ello, y propusieron a un descendiente Inca como nuevo soberano. Imaginarán el escándalo que provocó en las familias patricias, y no era para menos.
A Belgrano lo mandaron al norte a defender la frontera con un ejército mínimo, a Moreno lo asesinaron en alta mar, y al Inca lo colocaron en un museo, para dar la idea de que lo que él representaba era sólo el pasado, y nada más.
A sólo dos años del bicentenario intentamos firmar un pacto social que nuevamente niegue toda esta historia, todas las desigualdades, metiendo por la fuerza en el mismo casillero a campo e industria, movimientos sociales e Iglesia, conquistadores y conquistados, obligados a darse la mano y hacer borrón y cuenta nueva, como si ello cambiara o reparara las ofensas generadas.
Para forjar un verdadero acuerdo de bicentenario hay que poner sobre la mesa, sin tapujos, todas las injusticias y desigualdades que se siguen desarrollando constantemente y tratar de repararlas, o en todo caso hacerlas más llevaderas.
Un verdadero pacto del bicentenario no se puede forjar de espaldas a la historia, dando ofrendas florales a Roca, Mitre o a los héroes de la Conquista del Desierto. Seguir mintiéndonos acerca de nuestra historia (mentira consentida, mentira aceptada, mentira hecha cuerpo por todos nosotros) significará no mirar críticamente el presente, y no mirar críticamente el presente, es seguir reproduciendo la misma historia.
Después sí, banderas, escarapelas, himno y viva la patria, carajo.