lunes, agosto 31, 2009

Campeones de la semántica

Resulta que ahora los argentinos somos los campeones de la semántica. En las últimas semanas, no hubo discusión mediática que no versara sobre determinadas declaraciones públicas y se condenara su incorrección: nos inundaron con opiniones sobre opiniones, que a la vez eran opinadas en extensos debates de nunca acabar.
Casi como lingüistas expertos, diversos dirigentes hicieron hincapié en la incorrección de las declaraciones de sus rivales, suscitando debates reproducidos exageradamente por los medios de comunicación, a quienes cualquier cosa les sirve para llorar el negocio perdido de la televisación futbolística.
La última de las discusiones se dio esta semana, tras la horrorosa comparación realizada por la Presidenta del “secuestro de los goles” con un genocidio que mató a 30 mil personas. Nadie duda de lo desacertado de la frase, de la frivolidad y soltura con la que Cristina Kirchner se lanzó a hablar de un tema aún pendiente en nuestra sociedad, en el que la deuda del Estado sigue siendo casi tan grande como antes de la anulación de las Leyes de Impunidad de Menem. Pero detenerse sólo a criticar esa frase es hacerle un gran favor al gobierno.
Como ya hemos repasado en otras oportunidades, las grandes discusiones sobre los temas más preocupantes de la actualidad son abordadas desde la forma, y no desde el fondo de la cuestión, mecanismos de distracción que reparan en la espectacularidad del hecho, pero no en el hecho en sí.
En esta columna he citado ya a Jesús Martín Barbero, el comunicólogo colombiano de origen español, quien en su libro “Procesos de Comunicación y Matrices de Cultura” (editado por G. Gili en 1989, para quien quiera consultarlo) señala que en el proceso de construcción de la noticia se produce “la transformación del acontecimiento en ‘suceso’, su vaciado de espesor histórico y su llenado, su carga de espectacularidad”.
Esto significa, palabras más, palabras menos, que para ser noticia un hecho debe ser llenado de espectáculo, construido de tal manera de poder llamar la atención, para que genere polémica, olvidándose en muchos casos de la problemática que lo generó. Es la lógica de los programas de chimento trasladada a la política, con la gravedad de que con esto se logra desviar la atención del tema que realmente importa para quedarse en la anécdota.
Pero volvamos al ejemplo de la comparación estúpida: criticar a la presidenta por la triste analogía del jueves es perder la oportunidad de recordar que el Gobierno que ella preside dejó de preocuparse desde hace bastante tiempo por el avance de los juicios contra los represores de la última dictadura militar. Detenernos en un minucioso análisis de esas declaraciones es quitarle espacio a otras preguntas que podríamos hacer: ¿Por qué el número de condenados, a seis años de derogarse las Leyes de Perdón, no supera la decena? ¿Por qué no hay voluntad política para avanzar hacia un sistema de juicios unificados que permita terminar de juzgar a los represores en un plazo inferior al actual, que según los cálculos de los propios jueces y fiscales, rondaría los 100 años? ¿Qué pasó con la investigación por la desaparición de Julio López, ocurrida hace ya casi 3 años?
Esta misma situación se replica en otros casos, de los cuales ya nos hemos ocupado en otras oportunidades: se critica los métodos de medición del Indec, pero no la inflación que arrastra cada día a miles de familias a la pobreza; se discute si hay un 15 o un 40 por ciento de pobres, pero no se cuestiona cómo es que aún existan en el país, ni se intenta encontrar una salida a este verdadero crimen de lesa humanidad; se critica el autoritarismo del Gobierno, pero no el sistema democrático que lo sustenta, que hará que los gobierno de los próximos 100 años sean iguales; el campo habla de las retenciones que hunden a miles de pequeños productores, pero no se pregunta por qué el reparto de tierras hizo que éstos sean tan “pequeños” en relación a otros; el Gobierno se queja de la “voracidad insaciable” de los productores, mas no así de la de los grandes pooles de siembra o las corporaciones de exportadores...
Sólo se saldrá de este pantano cuando se comiencen a discutir, sin patetismo, los verdaderos problemas. Mientras tanto, seguiremos mirando para otro lado, y tal vez mañana será un lingüista, o tal vez Rial, quien conduzca Telenoche.

martes, abril 28, 2009

Ángel (o cómo una Ley no va a cambiar nada)

Ángel tiene el pelo cortito y una sonrisa enorme. En su rostro se refleja todavía la inocencia de su niñez, aún no se ha filtrado en él la dureza de la calle ni los golpes de su corta vida de ocho años.
A pesar de todo sonríe, y su sonrisa es auténtica. Todavía no fue borrada por la pobreza, por su madre con seis hijos que apenas puede mantener y por la miseria que ve a su alrededor, en Florencio Varela, tierra de uno de los más entusiastas mentores de las candidaturas testimoniales: Julio Pereyra.
La foto que veo ahora de Ángel está pegada en una pared, en un papel con sus datos. Se fugó hace 11 días en Constitución, cuando su mamá lo había ido a buscar a Capital Federal tras otro de sus escapes.
Quienes lo conocen ya le enumeran 7 huidas, pero están preocupados porque nunca se había ido por tanto tiempo, y sospechan lo peor: creen que pudo haber entrado en el paco y que se sumó a una bandita de chicos “de la calle”. En los primeros días, ni la Policía Federal ni la bonaerense, en Varela, le tomaron la denuncia a su madre por “problemas de jurisdicciones”, y no se preocuparon por la suerte de Ángel. Sólo actuaron cuando intervino un centro comunitario de la zona.
A los medios tampoco les interesa la historia, supongo porque no se trata de un chico de clase media que pudo ser víctima de un secuestro, sino de un “drogadicto” que se fue a robar para poder conseguir paco. Y eso no vende.
En el centro comunitario a donde iba “a jugar” –porque los chicos como él también juegan, tienen efectivamente una infancia- dicen que Ángel tiene “la cancha de la calle, pero no se las sabe todas”. Es que él, como sus hermanos y vecinos, debía salir todos los días a vender cosas en los trenes para mantenerse.
Pero ahora Ángel no debería preocuparse más, porque hay un montón de gente trabajando por él en el Congreso, creando una ley que lo va a proteger y seguramente, sacar de la miseria: el Fuero Penal Juvenil, eufemismo utilizado por el kirchnerismo para apoyar la baja en la edad de imputabilidad que hace seis meses atrás rechazaba, y ahora abraza porque sabe muy bien que eso arrastra votos de “gente bien”.
El gobernador bonaerense, Daniel Scioli, sabe muy de eso, ya que basa su éxito en las encuestas en un discurso de derecha que avanza hacia la “mano dura”. Carlos ya olfateó eso y, ni lerdo ni perezoso, pidió que se baje la edad de imputabilidad reprochándole al Congreso no haber tratado un tema que él mismo viene trabando desde hace algunos años.
Pero, ¿de qué sirve en estas circunstancias bajar la edad de imputabilidad? ¿Ayudará a reducir la miseria de todos estos chicos que, como Ángel, viven en la calle? ¿Servirá esta medida si el Estado sigue ausente en los sectores sociales más vulnerables? Parece ser que a la propaganda política que hace Scioli del tema seguridad eso no le importa: basta con mostrarse preocupado y compungido cuando ocurre un crimen, o hablar del “flagelo del paco”.
Se propone bajar la edad de imputabilidad, pero no se piensa en invertir los millones que hacen falta para crear lugares seguros para alojar a esos chicos; se propone encarcelar y enjuiciar a chicos a partir de los 14 años, pero en ningún momento se habló de sacar de la miseria a los miles que hoy nacen en la más absoluta pobreza; dicen que la Ley servirá para “proteger” a los menores, pero la Policía tarda 5 días en tomar la denuncia por un chico perdido; dicen que atacan el flagelo del paco, pero el Estado provincial no dispone de centros de recuperación para chicos de ¡8 años! que ya consumen asiduamente la droga –los centros están preparados para tratar a preadolescentes-.
El cinismo con el que el Gobierno y los medios tratan el problema de la inseguridad es vomitivo, unos aportando soluciones mágicas, otros desviando todas las miradas hacia las consecuencias del problema, y no sobre las causas.
Mientras tanto, Ángel quizás ande caminando por Constitución, “paqueado” y robando para poder conseguir la droga. Quizás en poco tiempo consiga un arma, y en algunos años volvamos a ver su foto, esta vez en algún diario, ya no con la sonrisa y la inocencia de un niño. Tal vez esa foto sea la de Ángel, por ahí la de algún otro chico como él, pero a quién le importa...

martes, abril 21, 2009

Otra de Carlos, y van...

El “despido” de Santiago Montoya de la administración bonaerense no es un mero cambio ministerial o una salida elegante de un funcionario que venia a los tropezones. Este incidente marca, si ya otros no lo habían hecho antes, el maquiavelismo con el que se manejan los hilos del poder en nuestro país.
Más allá de la opinión que cada uno pueda tener de Montoya, hombre polémico si los hay, la forma y las circunstancias en que fue echado del Gobierno bonaerense causan alarma: ningún funcionario puede siquiera esbozar una tímida crítica, o hacer uso de su opinión, porque será irremediablemente expulsado de la función, más allá de su capacidad o inoperancia, sus logros y sus desaciertos. Y menos podrán negarse a la voluntad irrefrenable de Carlos Kirchner –definitivamente ya no es más “Néstor”-, a sus desvaríos y caprichos.
La señal que deja este episodio es clara: un funcionario kirchnerista podrá ser incapaz, acumular decenas de causas judiciales en su contra, y vender hasta su madre, pero nunca podrá tocar al “jefe”.
Las despiadadas críticas de Montoya fueron las siguientes: “siento que en los últimos tiempos desde el oficialismo hemos perdido parte de la capacidad de escuchar a la sociedad, a los líderes opositores, a los distintos sectores sociales y productivos del país”.
Esto bastó para definir su salida del Gobierno, quien en ningún momento recurrió a los eufemismos para explicar el pedido de renuncia de un funcionario que, hasta hace sólo una semana, era la “estrella” del gabinete sciolista. En dialogo con quien esto escribe, el Jefe de Gabinete provincial, Alberto Pérez, ensayó una explicación oficial: “el Gobernador le pidió que recaude y no que opine sobre la marcha del Gobierno Nacional”.
Eso pudo más que siete años de trabajo –mal o bien, eso lo determinarán los números-, que el proyecto de un sistema tributarista sólido que persiga a quienes evaden millones, que los elogiosos conceptos con los que Scioli se refirió a Montoya hasta hace días. Al poder ciego de Kirchner no le importa esto, sólo pide subordinación, el lo ve y controla todo desde su estrado.
Haciendo un breve relato de los hechos que desencadenaron la renuncia de Montoya, podremos ver el funcionamiento de la máquina K en su esplendor. Todo empezó con una “operación de prensa” realizada en el diario Clarín, donde sin haberlo consultado, anunciaron su candidatura a concejal por San Isidro. Esto fue hecho, según fuentes del propio Gobierno, para pedirle una “prueba de fidelidad” al recaudador, como lo harán con cada uno de los funcionarios.
Desde el entorno de Montoya dijeron que él “tiene más de siete años de trabajo sólido como para que lo zamarreen así por los medios”, y negaron cualquier candidatura, hecho suficiente para despertar la ira kirchnerista, quien sin tener en cuenta la supuesta “autonomía” de los gobiernos provinciales, le exigió a Scioli la renuncia del osado que se atrevió a desafiar sus caprichos.
Nótese que la operación de prensa se gestó en el diario al que Carlos declaró la guerra hace ya tiempo, el mismo que por otra parte accede a todas las primicias de los gobiernos nacional y bonaerense en forma exclusiva. Pero esas contradicciones no existen en el mundo K, donde cualquier medio es bueno para lograr sus fines.
La salida de Montoya deja al desnudo el verticalismo practicado por el Frente para la Victoria, que alguna vez pretendió ser una fuerza plural. El autoritarismo del matrimonio presidencial ya no puede ocultarse ni defenderse, y la soberbia y la ceguera en el poder son peligrosísimos.

sábado, abril 11, 2009

La última vergüenza electoral

Lo asumo: soy un boludo.
Pero usted no se ría porque también lo es. Todos lo somos.
Y somos unos reverendos boludos por el simple hecho de permitir que, tras 25 años de vida democrática, la clase política nos esté tomando nuevamente el pelo, bastardeando no sólo las frágiles instituciones que supimos construir, sino la poquísima representatividad que nos otorga este sistema democrático ya de por sí imperfecto.
La magistral (?) jugada del presidente de la Nación en las sombras, Néstor Carlos Kirchner –que ya tiene más de “Carlos” que de “Néstor”- consistirá en presentar para las elecciones legislativas a todos los caciques del Conurbano como una forma de “plebiscitar” la gestión.
Es decir que las “mafias” de las que habló Cristina, que los representantes de la “vieja política” a los que apuntó Florencio Randazzo, que los otrora intendentes duhaldistas –insisto: el kirchnerismo no es otra cosa que un duhaldismo sin Duhalde, no quedan dudas- volverán a ser el mascarón de proa de la estrategia oficial para ganar el favor popular.
Pero esto, además de no ser una estrategia “genial” como algunos señalan, rompe con la esencia de la idea democrática, diluye lo poco que queda de la división de poderes y marca la victoria absoluta de la clase política sobre la ciudadanía.
Finalmente, esta decisión blanquea lo que ya existe desde hace tiempo: la preeminencia de una “corporación” política integrada por especialistas, a la que el ciudadano común nunca podrá acceder. Esto distorsiona terriblemente el espíritu democrático –si es que queda aún algo de eso- y genera una brecha insalvable entre representantes y representados.
La pregunta que habría que hacerse entonces es ¿para qué los elegimos?, y además, ¿ a quién representan?
Por otra parte, la necesidad de poner a los representantes de los poderes ejecutivos en las listas a legisladores muestra el carácter unipersonal que tienen estos cargos y cómo curiosamente avanzan sobre quienes más deberían representar la voluntad popular: concejales, diputados y senadores.
Podría decirse que en un sistema presidencialista esto es lo normal, pero en todo caso sería bueno que se blanquee la situación, se disuelvan los parlamentos y se genere –como ocurrió en innumerables oportunidades en nuestra historia- una “suma del poder público”.
Además, otro dato alarmante es la escasa calidad dirigencial predominante: si los intendentes deben encabezar las listas a concejales; si el Gobernador bonaerense y varios ministros nacionales se ven obligados a ser candidatos a diputados, será porque la clase dirigente no tiene una mejor oferta para mostrar –y a la luz de los candidateados, esto es más que preocupante-.
Pero claro, está el tema del “plebiscito”, es cierto. Con esa idea vale todo, con ese razonamiento podemos perdonar los atropellos políticos, el escupitajo en pleno rostro que nos dan día a día.
La excusa es ridícula: no se puede plebiscitar una gestión ejecutiva en una elección legislativa, hay división de poderes y se debería respetar el espacio de cada uno. Los legisladores no deberían ser usados como rehenes del presidente porque en la Constitución no dice que deben ser los escribanos del poder.
Si verdaderamente los Kirchner quieren plebiscitar su gestión, entonces que llamen a un plebiscito. Y si quieren subir la apuesta, que el mismo sea revocatorio. Hagan cualquiera de esas cosas, pero por favor, dejen de tomarnos por boludos.

EL SÁBADO 18 DE ABRIL VUELVE CONTRAKARA. ESCUCHANOS DE 11 A 13 POR RADIO CHIVILCOY.

jueves, abril 09, 2009

Inseguridades

Lo he dicho hace un tiempo, y no me importaría ser repetitivo: los argentinos no tenemos medidas. Otra vez, como ocurrió con la inflación, los números de la pobreza y el aumento de la desocupación, las estadísticas se ponen delante del hecho que intentan reflejar y lo eclipsan. Esta vez se trata de la seguridad, o más bien, de la inseguridad, “sensación” impulsada por los medios de comunicación, según la política.
El caso es que detrás de esta discusión inútil, que no resuelve absolutamente nada, ni siquiera la “sensación generalizada de la ciudadanía”, el único objetivo que se persigue es, otra vez, ocultar un problema. Problema que no tiene que ver con qué hacer con los delincuentes: si matarlos, enviarlos a Usuahia a picar piedras o excarcelarlos, sino en cómo evitar desde sus orígenes que se siga reproduciendo.
Lo primero que deberíamos tener en cuenta antes de exigir una política de seguridad “revanchista” es que la delincuencia no es un ente externo a nuestra sociedad, algo que nos ataca desde afuera, sino la más monstruosa de nuestras creaciones. Si hoy tenemos este problema, si “no podemos salir a la calle” o “debemos estar encerrado en nuestro country”, se lo debemos al hecho de haber mirado para otro lado durante mucho tiempo.
Por eso, quienes crean que ya superamos social y políticamente la época menemista, están totalmente equivocados: mientras muchos disfrutaban de los beneficios del “uno a uno” y de la plata dulce; mientras Susana se hacía millonaria atendiendo teléfonos, se gestaba en los contornos de la sociedad una generación de personas a las que cada vez les dábamos menos espacio, a las que desplazábamos poco a poco hacia los límites de la dignidad humana. Así crecieron miles de chicos, bajo la mirada de nadie y con un resentimiento entendible hacia esa sociedad que los condenó a muerte prematura en vida.
Pero claro, lo hecho por la “rata”, no fue más que la continuación de un proceso iniciado en los ’70 por el Gobierno más criminal de nuestra historia, en tiempos en que Susana también hacía dinero divirtiéndonos con inocentes colimbas mientras un Estado asesino se cernía sobre todos nosotros.
Por todo esto, para abordar el problema de inseguridad lo primero que tenemos que hacer es una autocrítica acerca de lo que no hicimos para detener esta situación y comenzar a cambiarla, no a través de la represión, sino de la prevención: el aparato policial y judicial sólo corren por detrás al asunto.
Decir que para acabar con la inseguridad hay que garantizar los derechos básicos de todos y eliminar las crueles injusticias que existen en nuestra sociedad, no tiene que ver con adoptar una posición ideológica ni un discurso “progre”, sino que es una necesidad moral. ¿Qué sentido tendría matar a todas las personas que cometan un delito si seguimos generando pobreza y exclusión? Lo único que lograríamos es generar más rencores y revanchismo.
Sino nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad como sociedad de la parte que nos toca en este problema, lo más probable es que sólo apilemos unos cuantos cuerpos de ladrones, pero no resolvamos el asunto.
Los “menores” que hoy protagonizan los más asonantes casos de inseguridad, son hijos de las privatizaciones, del desguace del Estado, de la desregulación laboral; producto del hambre contenida de generaciones y generaciones de desocupados, de una cultura de la supervivencia, de una crianza a los márgenes de los barrios privados, de la opulencia y el derroche.
Ese es el principal crimen, el primero que tenemos que resolver, y el más urgente. Si no lo hacemos, todos somos asesinos.