martes, abril 21, 2009

Otra de Carlos, y van...

El “despido” de Santiago Montoya de la administración bonaerense no es un mero cambio ministerial o una salida elegante de un funcionario que venia a los tropezones. Este incidente marca, si ya otros no lo habían hecho antes, el maquiavelismo con el que se manejan los hilos del poder en nuestro país.
Más allá de la opinión que cada uno pueda tener de Montoya, hombre polémico si los hay, la forma y las circunstancias en que fue echado del Gobierno bonaerense causan alarma: ningún funcionario puede siquiera esbozar una tímida crítica, o hacer uso de su opinión, porque será irremediablemente expulsado de la función, más allá de su capacidad o inoperancia, sus logros y sus desaciertos. Y menos podrán negarse a la voluntad irrefrenable de Carlos Kirchner –definitivamente ya no es más “Néstor”-, a sus desvaríos y caprichos.
La señal que deja este episodio es clara: un funcionario kirchnerista podrá ser incapaz, acumular decenas de causas judiciales en su contra, y vender hasta su madre, pero nunca podrá tocar al “jefe”.
Las despiadadas críticas de Montoya fueron las siguientes: “siento que en los últimos tiempos desde el oficialismo hemos perdido parte de la capacidad de escuchar a la sociedad, a los líderes opositores, a los distintos sectores sociales y productivos del país”.
Esto bastó para definir su salida del Gobierno, quien en ningún momento recurrió a los eufemismos para explicar el pedido de renuncia de un funcionario que, hasta hace sólo una semana, era la “estrella” del gabinete sciolista. En dialogo con quien esto escribe, el Jefe de Gabinete provincial, Alberto Pérez, ensayó una explicación oficial: “el Gobernador le pidió que recaude y no que opine sobre la marcha del Gobierno Nacional”.
Eso pudo más que siete años de trabajo –mal o bien, eso lo determinarán los números-, que el proyecto de un sistema tributarista sólido que persiga a quienes evaden millones, que los elogiosos conceptos con los que Scioli se refirió a Montoya hasta hace días. Al poder ciego de Kirchner no le importa esto, sólo pide subordinación, el lo ve y controla todo desde su estrado.
Haciendo un breve relato de los hechos que desencadenaron la renuncia de Montoya, podremos ver el funcionamiento de la máquina K en su esplendor. Todo empezó con una “operación de prensa” realizada en el diario Clarín, donde sin haberlo consultado, anunciaron su candidatura a concejal por San Isidro. Esto fue hecho, según fuentes del propio Gobierno, para pedirle una “prueba de fidelidad” al recaudador, como lo harán con cada uno de los funcionarios.
Desde el entorno de Montoya dijeron que él “tiene más de siete años de trabajo sólido como para que lo zamarreen así por los medios”, y negaron cualquier candidatura, hecho suficiente para despertar la ira kirchnerista, quien sin tener en cuenta la supuesta “autonomía” de los gobiernos provinciales, le exigió a Scioli la renuncia del osado que se atrevió a desafiar sus caprichos.
Nótese que la operación de prensa se gestó en el diario al que Carlos declaró la guerra hace ya tiempo, el mismo que por otra parte accede a todas las primicias de los gobiernos nacional y bonaerense en forma exclusiva. Pero esas contradicciones no existen en el mundo K, donde cualquier medio es bueno para lograr sus fines.
La salida de Montoya deja al desnudo el verticalismo practicado por el Frente para la Victoria, que alguna vez pretendió ser una fuerza plural. El autoritarismo del matrimonio presidencial ya no puede ocultarse ni defenderse, y la soberbia y la ceguera en el poder son peligrosísimos.