martes, octubre 16, 2007

Yo, yo y yo

Que una de las características predominantes de la política en América Latina sea el personalismo de sus dirigentes, no hay dudas. Desde Perón, Getulio Vargas (Brasil) y Cárdenas (México) en los ’40, hasta Chávez y Kirchner hoy, los presidentes de este región mostraron un fuerte rasgo autoritario. Y la presente coyuntura de Argentina no parece traer vientos de mejora en este sentido.
Es que la candidatura de Cristina Fernández a la presidencia justamente viene a resaltar esas características, de la mano de un fuerte control, junto a su marido, de todas las estructuras institucionales y partidarias.
La cuestión es que este control reduce a su mínima expresión el papel de los partidos políticos y eleva hasta el paroxismo la figura de una sola persona. Esta situación, derivada sin dudas de la terrible crisis de representación provocada por el fracaso de la Alianza en el gobierno, es explotada por la actual dirigencia para justificar cuantos atropellos a las instituciones se les ocurra realizar.
A título personal, no creo que los partidos políticos se constituyan hoy por hoy como un canal de representación efectivo de las demandas ciudadanas, pero me parece aún peor que la crisis por la que atraviesan se use para empeorar más esa situación.
Con la excusa de que los partidos no funcionan, o que “son obsoletos” y no representan a nadie, pasamos hoy a una “identificación personalista” con los candidatos. O sea, ponemos todas nuestras expectativas en una sola persona, no en un proyecto que, aunque tímidamente, pretende ser colectivo.
Lejos de representar un avance, esto pauperiza aún más la frágil situación institucional que aún vive nuestro país, creando un vacío de poder peligrosísimo de cara al futuro.
Si el futuro de una nación depende de una sola persona, si sus éxitos o fracasos están supeditados a que ella tenga un buen día, es probable que no tengamos una perspectiva augurosa en el largo plazo. Mejor hubiera sido que el proyecto con el que se espera gobernar (cualquiera sea) esté firmemente sostenido por una estructura institucional sólida (no ya sólo partidaria), con una administración pública eficiente, una justicia independiente y una legislatura inteligente y con igual grado de independencia.
Desde la vuelta de la democracia, nos hemos acostumbrados a la aparición en masa de los “ismos”: alfonsinismo, menemismo, duhaldismo, kirchnerismo (en Chivilcoy se llegó a mencionar al “speranzismo” como una suerte de sub – subdivisión del “randazzismo” y el “franetovismo”). Esto no hace más que demostrar el avance de las figuras individuales por encima de los partidos.
Como señala el decano de Comunicación Social de la Universidad del Salvador, Gustavo Martínez Pandiani, “la extrema personalización que sufre en la actualidad la política local constituye una objetable inversión del principio de la sociología moderna que estipula que ‘los roles deben ser siempre más importantes que sus ocupantes’. Caso contrario, la construcción de poder será estructuralmente débil, toda vez que el sistema dependerá de algo tan finito y frágil como es el destino de un individuo.
Para evitar el peligro que señala Pandiani (y que hoy estamos sufriendo) es que se han creado las instituciones. Si estas están en crisis por no lograr canalizar las demandas de la sociedad, la concentración de sus funciones en una sola persona no parecería ser la solución, sino todo lo contrario…
Por ello es que abría que tomar la dirección opuesta: quizás sea hora de explotar esta crisis a favor de la ciudadanía, quizás sea hora de mirar el trabajo realizado por la Asamblea de Vecinos de Gualeguaychú (entre otras) y su pelea contra los intereses multinacionales. Tal vez así se puedan transformar los partidismos o personalismos en una verdadera construcción colectiva que nos beneficie, verdaderamente, a todos.