sábado, diciembre 15, 2007

Doble moral

Fue la nota central del noticiero de canal 13. El locutor, con voz grave, anunció terminante: “Vergüenza: maestra hizo el baile del caño en una escuela”. Atónito, terminé de escuchar la nota para darle algo de crédito al medio, pero no pude.
El reportaje estaba rodeado de divagaciones, no contenía ningún dato certero, e incluso el cronista reconoció que la maestra “hizo unos movimientos, imitando el baile”. Esto último también lo confirmaron los alumnos.
Pero más allá de la deliberada deformación de la noticia (por lo visto no había pasado nada) y su posterior espectacularización (música dramática para la ocasión, uso de adjetivos descalificadores, tono casi suplicante del cronista etc.) habría que preguntarse hasta donde llega el cinismo de un medio de comunicación que al mediodía condena algo que difunde por la noche y que, además, ese mismo noticiero luego reproduce.
¿O acaso la televisión se maneja con reglas diferentes a las del resto de la sociedad, y a ella le están permitidas todas las transgresiones? ¿Cómo se puede pedir que en cualquier ámbito (sea la escuela, la familia o el grupo de pertenencia) se impongan límites que no se cumplen en los medios?
Los productores del “noticiero del 13” deberían saber que ni la “escuela del horror” ni ninguna otra están exentas de sus mensajes, de las modas que imponen, y que el hecho de que una maestra haga le baile del caño no es más que un emergente, un reflejo de aquello que el medio reproduce noche a noche.
Además, si nos guiamos por la frialdad de los números, a la maestra (en caso de que los hechos hayan ocurrido) la habrán visto diez o veinte personas, frente a tres millones de personas que a diario se exponen al programa de Tinelli. Programa que, según las lógicas del noticiero del canal en el que se emite, es una “vergüenza” por los contenidos que difunde. Salvo, claro, que no consideren vergonzoso o inmoral realizar un desnudo por televisión, aunque sí en una escuela.
Es descabellado pensar que la escuela vaya a ser un templo en el que los contenidos idiotizantes de algunos programas de televisión no repercutan. En realidad, es muy difícil que la sociedad en su conjunto no sea permeable a los mensajes que se transmiten todos los días.
Por eso, en lugar de escandalizarse por los imitadores amateurs, los medios deberían tratar de mejorar la calidad de sus mensajes para evitar estas emulaciones, y no protestar luego (quizás sea eso) por el plagio.

lunes, diciembre 10, 2007

Randazzo tiene razón

“Las grandes transformaciones no se hacen con proyectos personales”. Esta frase pertenece al futuro ministro del Interior de la Nación, Florencio Randazzo. Estoy de acuerdo con ella, pero… hay algo que no entiendo.
¿No es justamente el gobierno que a partir de mañana va a integrar uno de los más personalistas de los últimos años?
Con una sucesión de marido a mujer, el control de las cámaras legislativas, el poder de sancionar a los jueces “poco amigos”, un jefe de Gabinete que tiene la potestad de manejar inmensas sumas de dinero sin rendirle cuentas a nadie y la prolongación sin límite de tiempo de la emergencia económica, el poder de representación de la república se encuentra cada vez más concentrado en muy pocas manos.
Es por eso que no entiendo la frase de Randazzo. O bien es una crítica rotunda al gobierno que integrará, o nos está augurando un futuro pésimo, sin grandes transformaciones a causa de los proyectos personalísimos de quienes ostentan hoy por hoy el poder.
El miércoles Randazzo dijo que “las grandes transformaciones no se hacen con proyectos personales que, de hecho los hay, y no está mal, pero los proyectos personales persiguen logros personales”. No sé que entenderá el ministro por proyecto personal, pero me parece que por lo visto en este gobierno y suponiendo que el que vendrá no modificará mucho las actitudes, “el culto a la personalidad” es un elemento fundamental para lograr algo en materia política.
No se puede ser intendente y estar en desacuerdo con el gobierno si es que se quiere contar con recursos para realizar obras que redundarían en beneficio de toda la comunidad; no se puede ser funcionario y opinar “sin autorización de la Casa Rosada” (a menos que quiera uno que lo expulsen en el acto); no se puede dejar de mencionar en ningún discurso los beneficios que el matrimonio ha traído a la patria.
Y guarda con no movilizar una buena cantidad de gente a los actos presidenciales, cuidado con no corresponder los “favores” presidenciales con cánticos, banderas y pancartas, en la vida hay que ser agradecido.
Randazzo tiene razón: nunca los proyectos personales son beneficiosos para el país. Como dice Osvaldo Bayer, nadie es imprescindible si tenemos en cuenta que los verdaderos “dueños” del poder somos nosotros mismos, aunque parece que los políticos que se presentan en grandes carteles como los salvadores de la patria no lo entienden de esa manera.
El poder que un presidente tiene es el que nosotros le delegamos, lo hayamos votado o no. El poder personal que se arroga, la facultad inconstitucional de auto-otorgarse manejos de dinero a espaldas del control público, son deformaciones de ese poder, una transmutación del sistema representativo y una violación a las reglas republicanas más elementales.
Ninguna gran transformación se puede llevar adelante sobre bases tan poco sólidas. El paso de una persona por el poder es temporal, dura muy poco comparado con la vida institucional de un país. Pensar que un solo individuo puede solucionar todo es suicida.
Sin el sustento de una construcción comunitaria sólida (ojo, no confundamos esto con un resultado electoral ni con la concurrencia masiva a un acto), en la que todos seamos partícipes y beneficiarios directos de las decisiones, ningún gobierno por más constitucional que sea, tendrá plena legitimidad ni podrá sostener el crecimiento en el tiempo.
Ojalá la frase de Randazzo no haya sido sólo un recurso retórico para embelezar oídos, ojalá le transmita esa posición tan vanguardista a la futura presidenta en la primer reunión de Gabinete de la que participe (si es que se hace alguna). Y, por sobre todas las cosas, ojalá que ella pueda escucharlo.