sábado, marzo 01, 2008

Hipotecar el futuro

El cierre de la Escuela 4, en Chivilcoy, no es un tema trivial, a pesar de que muchos así lo hayan tomado.
En nuestra ciudad pasó casi desapercibido, como si se hubiera anunciado la quiebra de una Pyme desconocida o la llegada de un circo.
Se minimizó el hecho, se explicó que el cierre se debía a la falta de matrícula, y nada más. Pero, ¿cómo se llega a esta situación? ¿Cómo una escuela queda “sin matrícula”?
Con una población en crecimiento y un plan nacional para extender la obligatoriedad escolar a 12 años, lo que deberían faltar serían edificios, y no alumnos.
Sin embargo en Chivilcoy cierra una escuela.
¿A dónde fueron los chicos que, generalmente, se anotarían en ese establecimiento? O mejor aún, ¿a dónde van aquellos chicos que hoy, de acuerdo a la nueva Ley de Educación provincial, deberían ir a la escuela?
La falta de matrícula, presentada casi como el logro de una gestión exitosa, debería preocuparnos aún más, mucho más, que el hecho de que cierre un edificio. La falta de matrícula -a menos de que exista en Chivilcoy un raro fenómeno de decrecimiento demográfico- significa menos chicos en la escuela, y por lo tanto aulas vacías y escuelas que cierran.
Esta situación debería llevarnos a hacer foco en la cuestión de fondo: qué papel cumple la educación en nuestra sociedad, cuál es la función de la escuela en un contexto de crecimiento económico.
Quizás para muestra sobre un botón. Mientras que en la provincia de Buenos Aires más de 150 mil alumnos no van a iniciar las clases o lo harán de manera irregular debido a los problemas de infraestructura en sus colegios (1), licitamos alegremente la construcción de trenes bala, que surcarán los campos argentinos a una velocidad impactante.
Si ese es el lugar que el gobierno le otorga a la educación –trenes caros para pocos, escuelas públicas herrumbradas- no hay nada más que hablar.
Estamos dejando uno de los temas más importantes para un país que tiene la oportunidad de crecer y desarrollarse relegado frente a anuncios pomposos, que lamentablemente le sugieren a la opinión pública una mayor sensación de crecimiento que ver una escuela arreglada.
La política educativa del Estado se limita a realizar estadísticas y promedios de días de clases, como si el éxito residiera en que se cumplan los famosos “180 días”.
Justamente mientras escribo esto, en su mensaje a la Asamblea Legislativa, la presidenta habla de los días que se perdieron. Es decir, no interesa si los alumnos deben aprender mientras en su patio tienen la tapa de la cámara aséptica levantada, o si las paredes están electrificadas los días de lluvia.
Lo importante es que, en diciembre, los ministros de Educación de las provincias digan satisfechos que se cumplieron los objetivos.
Si los chicos no aprendieron, que se jodan.
Que cierre una escuela primaria nunca es bueno, por más explicaciones técnicas que haya. Debe preocuparnos tanto o más que la suerte del héroe de la telenovela de moda, o la campaña de nuestro equipo de fútbol.
Cada escuela que deja de funcionar es una hipoteca más que ponemos al futuro. Pero tranquilos, en Chivilcoy, por cada establecimiento que cierre, se levantará un boulevard.

(1) En las entradas siguientes, dos notas que hablan de eso.

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