jueves, abril 09, 2009

Inseguridades

Lo he dicho hace un tiempo, y no me importaría ser repetitivo: los argentinos no tenemos medidas. Otra vez, como ocurrió con la inflación, los números de la pobreza y el aumento de la desocupación, las estadísticas se ponen delante del hecho que intentan reflejar y lo eclipsan. Esta vez se trata de la seguridad, o más bien, de la inseguridad, “sensación” impulsada por los medios de comunicación, según la política.
El caso es que detrás de esta discusión inútil, que no resuelve absolutamente nada, ni siquiera la “sensación generalizada de la ciudadanía”, el único objetivo que se persigue es, otra vez, ocultar un problema. Problema que no tiene que ver con qué hacer con los delincuentes: si matarlos, enviarlos a Usuahia a picar piedras o excarcelarlos, sino en cómo evitar desde sus orígenes que se siga reproduciendo.
Lo primero que deberíamos tener en cuenta antes de exigir una política de seguridad “revanchista” es que la delincuencia no es un ente externo a nuestra sociedad, algo que nos ataca desde afuera, sino la más monstruosa de nuestras creaciones. Si hoy tenemos este problema, si “no podemos salir a la calle” o “debemos estar encerrado en nuestro country”, se lo debemos al hecho de haber mirado para otro lado durante mucho tiempo.
Por eso, quienes crean que ya superamos social y políticamente la época menemista, están totalmente equivocados: mientras muchos disfrutaban de los beneficios del “uno a uno” y de la plata dulce; mientras Susana se hacía millonaria atendiendo teléfonos, se gestaba en los contornos de la sociedad una generación de personas a las que cada vez les dábamos menos espacio, a las que desplazábamos poco a poco hacia los límites de la dignidad humana. Así crecieron miles de chicos, bajo la mirada de nadie y con un resentimiento entendible hacia esa sociedad que los condenó a muerte prematura en vida.
Pero claro, lo hecho por la “rata”, no fue más que la continuación de un proceso iniciado en los ’70 por el Gobierno más criminal de nuestra historia, en tiempos en que Susana también hacía dinero divirtiéndonos con inocentes colimbas mientras un Estado asesino se cernía sobre todos nosotros.
Por todo esto, para abordar el problema de inseguridad lo primero que tenemos que hacer es una autocrítica acerca de lo que no hicimos para detener esta situación y comenzar a cambiarla, no a través de la represión, sino de la prevención: el aparato policial y judicial sólo corren por detrás al asunto.
Decir que para acabar con la inseguridad hay que garantizar los derechos básicos de todos y eliminar las crueles injusticias que existen en nuestra sociedad, no tiene que ver con adoptar una posición ideológica ni un discurso “progre”, sino que es una necesidad moral. ¿Qué sentido tendría matar a todas las personas que cometan un delito si seguimos generando pobreza y exclusión? Lo único que lograríamos es generar más rencores y revanchismo.
Sino nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad como sociedad de la parte que nos toca en este problema, lo más probable es que sólo apilemos unos cuantos cuerpos de ladrones, pero no resolvamos el asunto.
Los “menores” que hoy protagonizan los más asonantes casos de inseguridad, son hijos de las privatizaciones, del desguace del Estado, de la desregulación laboral; producto del hambre contenida de generaciones y generaciones de desocupados, de una cultura de la supervivencia, de una crianza a los márgenes de los barrios privados, de la opulencia y el derroche.
Ese es el principal crimen, el primero que tenemos que resolver, y el más urgente. Si no lo hacemos, todos somos asesinos.

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