sábado, julio 19, 2008

De cal y arena

El desenlace del conflicto campo-Gobierno en el Congreso dejó mucha tela para cortar y, más allá del resultado, muchos aspectos positivos para destacar.
Digo que hay muchos aspectos positivos porque más allá de las cuestiones técnicas atenientes a la resolución, y sin estar a favor de un reclamo rural que en su raíz es positivo pero que últimamente ha abroquelado a su alrededor a lo peor de la política y el gremialismo (aclaro esto, obviamente, sin desconocer que en frente tampoco está “lo mejor”), el debate en torno a las retenciones ha reavivado los mecanismos institucionales como hace años no ocurría.
En primer lugar, que el parlamento haya sesionado casi en su totalidad (de hecho en Senadores sí lo hizo) y que el tema se haya discutido por espacio de un mes en ambas cámaras, en debates de comisión en los que se escuchó a todo quien tuviera algo para decir sobre el mismo, genera algunas esperanzas sobre la reactivación de un sistema que, aunque imperfecto, es el que debemos respetar.
Lo que dejó este primer capítulo de las retenciones en el Congreso, por sobre todas las cosas, es la recuperación de este espacio como el único lugar en donde deben discutirse y aprobarse la mayoría de las políticas públicas que lleva adelante un Gobierno, recuperando el viejo principio político de que éste funciona en base a ejecutar las órdenes de aquél.
Hay quienes plantean que un revés de este tipo es perjudicial, porque “Argentina necesita un gobierno fuerte”. Este pensamiento proviene de una tradición común en América Latina, de la que se desprende que los ejecutivos deben ser “monárquicos en el fondo y republicanos en la forma”, tal la frase de Bolívar tomada por Juan Baustista Alberdi en “Las Bases”, donde reclama “reyes con el nombre de presidentes”.
En realidad, que un gobierno se someta a las decisiones del Poder Legislativo, más allá que estas vayan contra sus deseos, es anormal sólo en países con una fuerte tradición autoritaria. Esta práctica debería ser la regla y no la excepción, toda vez que en las Cámaras se representa (siguiendo la idealidad de la teoría política, aunque dudo que en la forma sea así) a la totalidad del pueblo y las decisiones emanadas serían nada más y nada menos que la “voluntad general”.
Quizás esto mismo deba ser explicado a las entidades del campo, quienes con poquísima voluntad democrática habían planteado que una decisión del Congreso contra sus deseos hubiera sido “ilegal” y que tomarían medidas al respecto. Finalmente, el resultado del jueves los deja en ridículo, pues los encontró celebrando una decisión de ese cuerpo al que querían “combatir”, y pone en evidencia que sólo consideran legítimas las leyes que concuerden con sus intereses, y nada más.
En fin, creo que una imagen ilustra esta repentina vuelta a la normalidad institucional, que espero sea duradera: los funcionarios del Gobierno nacional esperando en una carpa, fuera del Congreso, la decisión de los senadores, sometiéndose a la decisión de los “representantes del pueblo”, despojados en ese momento de todo poder para decidir sobre las leyes.
Y en este sentido cabe destacar la actitud del Ejecutivo que, si bien demoró más de cien días, envío un proyecto al parlamento sin tener del todo asegurado su porvenir.
Por otra parte, esta discusión deja abierta la posibilidad -junto a la ruptura de la hegemonía y el control total del oficialismo sobre ambas cámaras- a nuevos debates sobre temas pendientes en nuestra sociedad.
Insisto en que la ruptura de un bloque oficialista con quórum propio es muy auspicioso para la democracia, puesto que, en cinco años de gobierno K, ¿en qué momento una decisión se discutió concienzudamente en las Cámaras?
Por otro lado, el conflicto agropecuario reavivó uno de los debates más interesantes y enriquecedores que puede haber: el de la sociedad. Aunque con divisiones, todos los argentinos volvimos a discutir sobre “política”, y nos interesamos en cada uno de los actos de gobierno.
Y el sumun de este clima se dio el jueves a la madrugada, cuando muchos no se desprendieron del televisor hasta conocer la decisión final de Julio Cobos. ¡Qué bueno que miles de argentinos hayamos estado prendidos al televisor, pendientes de un debate legislativo y a la espera de un resultado, como cuando años anteriores esperábamos saber quién dejaba la casa de Gran Hermano!!!
Por último quiero rescatar un momento de toda esta semana. A las 4 de la mañana, en el Senado hubo un hombre que tuvo en sus manos una de las decisiones más importantes de los últimos años.
Visiblemente nervioso, con la voz entrecortada y un clima de extrema tensión en el ambiente, el vicepresidente expuso las razones de su voto, el que definió todo.
Sin entrar en polémicas acerca de la corrección o no de su voto, Julio Cobos aportó esa noche un poco de humanidad en medio de tanta mierda política (como Chiche, Menem, Rodríguez Saá y Saadi, por sólo nombrar algunos).

A modo de posdata: A 22 meses, no nos olvidamos de Julio López.

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