sábado, mayo 17, 2008

Que sí, que no

- Levantá el paro.
- No, primero llámame vos a dialogar.
- ¡Pero si ya lo hice!
- Sí, pero ofreceme algo convincente.
- Ah, no, no. Primero vos tenés que levantar el paro.
- ¡Imposible! Primero vos dame lo que yo te pido.
- Pero no te lo puedo dar si primero no hablamos.
- Hablemos entonces.
- Si, pero primero tenés que levantar el paro.

Así parece llevarse adelante diariamente las negociaciones entre el campo y el Gobierno. Y lo primero que a uno se le ocurre cuando ve esto es que, en lugar de estar presenciando una de las crisis más importantes de los últimos cinco años, se encuentra frente a una pelea de novios adolescentes.
Este juego del Gran Bonete (¿Yo señor? No, señor) ya lleva más de dos meses, pero los caprichos y los egos de unos y otros hacen que siga estancado en el mismo punto.
El tira y afloje de ambos sectores ya ha dejado de revestir cualquier tipo de interés, toda vez que cuando se intenta llegar a algo, todo queda estancado en el mismo círculo vicioso.
Por un lado está la posición caprichosa del Gobierno, que cree que va a demostrar debilidad si da el brazo a torcer frente a los ruralistas. Detrás de todo ello se encuentran las ansias de poder eterno de Néstor Kirchner, quien sigue insistiendo que el país debe manejarse con las mismas relaciones feudales que él estableció en Santa Cruz durante sus años de gobernador menemista.
Si al menos tuviera un pizco de voluntad democrática, podría entender que en el juego de relaciones que se establecen en tal sistema, existe la posibilidad de retroceder en ciertas cuestiones, sobre todo cuando ello se logra a través del diálogo y el entendimiento.
Por otro lado, se encuentra la actitud poco definida y nada clara de la dirigencia rural, aglutinada en la Mesa de Enlace de las cuatro entidades principales –que reúnen, dicho sea de paso, a dirigentes cooperativistas y que bregan por una reforma de la propiedad de la tierra junto a representantes de la más reaccionaria oligarquía terrateniente-.
La dirigencia rural se ha ido contaminando de a poco de las prácticas políticas de aquellos con quienes ha negociado, y todo acto que realizan últimamente es un ajustado cálculo de conveniencias acerca de “no perder popularidad” entre los productores.
Sus acciones están dirigidas a no quedar mal con nadie, y a esperar que el Gobierno de un día para el otro los convoque y les diga que hará lugar a todos sus reclamos. Parece que ellos también han entrado en una competencia de popularidad.
En este juego de relaciones en el que ningún sector quiere perder nada, ambos deberán pagar algún costo político para salir del estancamiento en el que se encuentran. Tanto los ruralistas, levantando las medidas para dialogar, como el Gobierno, reconociendo los errores técnicos cometidos en marzo y proponiendo soluciones concretas y eficaces.
A nadie se le van a caer los anillos por hacerlo. Los dos sectores deberían comprender que se trataría de un acto de grandeza, y no de cobardía, llegar a esto.
¿O acaso el Gobierno no comprende que en el juego democrático, reconocer errores y cambiar el rumbo es loable? Productores y políticos se han olvidado que han sido elegidos para defender los intereses de sus representados. Endureciendo cada vez más su postura no lo hacen en absoluto, pues hoy ni los productores reciben un trato tributario más justo, ni los más necesitados pueden recibir los beneficios de la redistribución de los saldos exportable, tal como aseguran desde uno y otro lado.
El sentido de una negociación no ha sido nunca esperar que el otro desista de todo reclamo y se quede tranquilo, ni tampoco ponerse firme y no ceder ni un centímetro.
Ojalá el gataflorismo de ambos desaparezca pronto, y que el juego del Gran Bonete termine.

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