lunes, abril 28, 2008

Hacerse los boludos

Para Felipe Solá, una posible vuelta de Eduardo Duhalde al Partido Justicialista “puede contribuir mucho” a la estructura partidaria. Uno se pregunta cuál es el sentido de esta frase o, acostumbrados a las idas y vueltas de los dirigentes políticos, qué beneficios quiere conseguir con esto.
Solá dijo alguna vez que “para permanecer en política hay que hacerse el boludo”, y él ha dado sobradas muestras de ello (me refiero, claro, a la permanencia en política: sin interrupciones desde 1991).
Como dijo Horacio Vertbisky, “Felipe es Felipe”. Pero Felipe no sólo es Felipe. Felipe es Kirchner, Duhalde, Florencio Randazzo, Alberto y Aníbal Fernández. Felipe representa toda una tradición política panquequeril que en los últimos años se ha tornado obscena.
La palabra empeñada no vale nada para esta clase, más pendiente de las prebendas y de los beneficios personales que en “trabajar por el bien de la Patria”, como cínicamente dicen ante cada micrófono que le acerquen.
Son muy contados los dirigentes que actualmente podrían hablar con la conciencia tranquila de su pasado, pero cuando uno los escucha hablar de “la dirigencia política” o de “la vieja política”, pareciera que se erigen como los campeones de la moral, o se autoexcluyeran de una categoría que tan bien les cabe.
Los invito a hacer un pequeño ejercicio de memoria: recuerden cinco actuales dirigentes que no hayan participado activamente durante el menemismo. ¿Difícil, no? Pues parece que para ellos no lo es tanto.
Verdaderamente da mucha bronca cuando se los escucha criticar a la Argentina neoliberal con una soltura de conciencia vomitiva.
Nadie está exento de ello: Néstor Kirchner fue el primero en apoyar la privatización de YPF, y su esposa, entonces legisladora santacruceña, votó la ley a dos manos, lo que le permitió, hasta el día de hoy, recibir una jugosa suma de 500 millones de dólares en concepto de regalías petroleras, dinero que todavía no se sabe a ciencia cierta donde está.
Felipe Solá fue secretario de Agricultura y Pesca del menemismo, y como tal contribuyó a la debacle total del sector, en una de las épocas más nefastas para el campo y la pesca.
Aníbal Fernández se convirtió en uno de los primeros intendentes bonaerenses prófugos de la historia cuando escapó de la justicia, que lo investigaba por malversación de fondos.
Y la lista es mucho más larga como para poder volcarla en este espacio –guardo además en mi archivo personal una linda foto de Menem-Duhalde-Randazzo saludando desde el menemóvil en Chivilcoy-.
Lo cierto es que nadie puede decir que vivió equivocado durante diez años, ni que la adhesión al vaciamiento del Estado fue un “error de cálculos” o que el entonces núcleo fuerte del menemismo los engañó con promesas vacuas. Ninguno de los mencionados es bebé de pecho en lo que a política se refiere.
Pero el problema detrás de este problema es otro: la escasa capacidad de reacción de los argentinos, que hemos mirado, impasibles, como estos camaleónicos personajes hicieron de las suyas durante tanto tiempo, sin darles la espalda como sociedad.
El “que se vayan todos” de diciembre del 2001 quedó como una consigna romántica de una época pasada, y todos los que estaban, lejos de irse, se afianzaron más en sus puestos, previo reacomodo de sus discursos.
Ahora todos son políticos progre, interesados en los derechos humanos, impulsores de una reforma política mentirosa que, de cumplirse verdaderamente como ellos la plantean, debería barrer con toda la lacra política que tanto mal le hace a la sociedad, lacra en la que, obviamente, están incluidos.
Hasta que no empecemos a ejercer una verdadera ciudadanía, que surja “desde la calle” hacia el Estado, hasta que no empecemos a aplicar nuestro poder de veto, la política no va a mejorar. No le podemos pedir a una clase podrida que sola se regenere.
Tampoco nosotros debemos hacernos los boludos, como Felipe, Néstor, Cristina, Aníbal, Alberto, Eduardo, Florencio o muchos más. Desde donde podamos, recordémosle que sabemos que se están haciendo los boludos, y que no lo vamos a tolerar.

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