lunes, junio 30, 2008

Un verdadero deporte nacional

Si había alguna polémica en torno a quien escribió el Apocalipsis, último libro de la Biblia, ya no quedan dudas: era argentino.
Estos cien días de conflicto rural, continuado ahora en la plaza de los dos Congresos, demostró la gran capacidad de los argentinos para avizorar una catástrofe nacional en cada conflicto que tenemos.
Somos “llorones”, no caben dudas, pero en esta ocasión el drama nacional fue condimentado con tintes de comedia, con el aporte de boludos ilustres que bien deberían estar en “Bailando por un sueño”, y no haciendo ridiculeces frente al Congreso de la Nación.
A esta comedia dramática no le falta nada, pero cómo todo género, sus características principales se repiten constantemente, al punto que ya podríamos avizorar su final.
Lo cierto es que durante los cien días de conflicto tuvimos que escuchar, de uno y otro lado, visiones apocalípticas e irresponsables, que sólo sirvieron para confundir aún más a la ciudadanía, desconcertada entre los reproches del ex presidente y las prepoteadas de De Angeli.
Vimos de todo: productores llorando sobre la catástrofe económica que significaría para ellos unos puntos más de retenciones, funcionarios alertando sobre un golpe de Estado, medios de comunicación avizorando grandes hambrunas a causa del “desabastecimiento”, ríos enteros de leche tirada, patotas protofascistas entrando a sangre y fuego a Plaza de Mayo, intrigas de alcoba destinadas a desestabilizar a la presidenta, tractorazos por aquí y por allá, marchas casi diarias a la plaza, discursos en cadena nacional a montones...
Parecía que el Apocalipsis se cernía sobre Argentina, que el tan temido Armagedón finalmente se iba a producir. Desde todos los sectores de la sociedad se actuó como si de esta disputa de egoísmo por parte de dos sectores del poder se iría a definir el destino de la historia.
En mi función periodística, escuché a los supermercadistas chinos afirmar que habían sufrido pérdidas por más de 500 millones de pesos, a panaderos asegurar que habían cerrado la mitad de las panaderías de la provincia, a productores manifestando que así no podían ni empezar a sembrar, a caceroleros nostálgicos señalar que debían irse “estos zurdos”, a funcionarios anunciando inminentes golpes.
La apuesta era llevar el drama al paroxismo total, ingresar en un juego de suma cero en el que no caben más que los pro y los contra, envalentonados como estaban ante los miles de micrófonos hambrientos de morbo para montar su show.
Pero en la novela entra también la comedia, los momentos de distensión para hacer más llevadero tanto drama.
Y eso pasó en la Plaza, o en las diferentes “plazas” que hubo en el transcurso de todo el conflicto. Y tras cien días de drama, en los que unos y otros avizoraban el final de todo lo conocido, llegó la estupidez.
Siete carpas desplegadas frente al Congreso, el torito “Alfredito”, la pingüina Cristina, la paloma de la paz, los banderazos en defensa de la patria, los partidos de rugby entre personas que antes y después del match son enemigos a muerte, los discursos de De Angeli, las conferencias de prensa “simpáticas” –por no decir boludas- de Néstor Kirchner, y todas las pavadas que se les puedan ocurrir le pusieron un poco de “pimienta” al drama nacional.
Por supuesto, que esto fue recibido con beneplácito por los medios, ya un poco aburridos de aburrir a la gente con el inminente desastre.
Como hemos señalado algún otro domingo, la lógica de construcción periodística tiene la capacidad de vaciar el contenido real de la información para llenarlo de espectacularidad y así mostrar un producto que sea más “vendible” a los consumidores.
Es, podríamos decir, la “estrategia showmatch”, la apelación al espectáculo, al conflicto, la apuesta a montar un circo en el que no falte nada.
Y las dos partes de este conflicto también lo entienden así, y saben que la única manera de llamar la atención es mostrando morbo. Por eso las carpas, los inflables, los llamados a las armas, y demás estupideces que hemos visto con una repetición insistente y penetrante.
Ya no importan las retenciones, nadie se acuerda de las pérdidas o ganancias de los productores, ni del débil plan de “redistribución” del Gobierno. Todo es el show, ahora importa lo que el Alfredo le dice a Cristina, y cómo Cristina pone en vereda a los ruralistas.
Criticamos a D’Elía, pero todos los días esperamos que diga alguna burrada para regodearnos de ella y salir a cacerolear.
Y la comedia dramática no va a terminar, todavía tiene el suficiente raiting como para explotarla y alargarla por unos meses más.
Desde aquí, espero que no dure mucho más, y prefiero sinceramente volver a ver en todas las pantallas de TV a las “chicas Tinelli” pelearse por un hombre. Es idiotizante, pero por lo menos no hace mal a los nervios.

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